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Javier Mejía Cubillos
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Javier Mejía Cubillos

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Los trabajos calificados no son inmunes al progreso tecnológico

Por Javier Mejía Cubillos - mejia@stanford.edu

Wealth of Nations es mi bebé. Es un curso que empecé a enseñar cuando trabajaba en la Universidad de Nueva York y que no he dejado de ofrecer desde entonces. Me enorgullece decir que es hoy uno de los cursos más populares entre los estudiantes de economía y ciencias políticas en Stanford. En él, trato de mostrarles a mis alumnos cómo llegamos a la economía global moderna y cómo debemos pensar moralmente sobre ella.

En este curso, dedicamos varias semanas a estudiar el rol de la tecnología en el crecimiento económico. Mi actitud en esas semanas es la de un cínico que se burla de los futuristas. Trato de mostrar cómo los seres humanos tendemos a ser bastante poco acertados prediciendo el sendero del progreso tecnológico y sus consecuencias en el aparato productivo y las vidas de las personas.

En el siglo XIX se creía que el futuro se caracterizaría por la continuación y masificación de las tecnologías que florecieron en los años previos, sobre todo aquellas en la industria pesada y el transporte. Contrario a esa expectativa de un mundo lleno de carros voladores y servidumbre robotizada, los grandes avances tecnológicos del siglo XX estuvieron en sectores inesperados como las telecomunicaciones y el entretenimiento.

Señalar la impredecibilidad del progreso tecnológico resulta funcional para alejar a mis estudiantes de las visiones más ingenuas sobre el impacto de la tecnología en la sociedad. Por un lado, la visión fatalista que pronostica mundos donde las máquinas hacen inútiles al ser humano, trayendo desempleo y pobreza, se ve frágil ante la evidencia histórica de cómo el progreso tecnológico ha generado ganancias gigantescas en productividad y una monumental demanda por infinidad de trabajos antes inexistentes. Por otro lado, la visión utópica que ve a las máquinas haciendo todas las tareas indeseables, permitiendo al ser humano seguir su naturaleza curiosa y contemplativa, resulta cuestionable frente a las muchas tareas cotidianas, como cocinar o afeitarse, que no han podido automatizarse exitosamente, a pesar de siglos de progreso tecnológico ininterrumpido.

Y aunque he enseñado esto por años con absoluta convicción, mi posición al respecto cambió por completo en las últimas semanas. Esto, debido al lanzamiento de ChatGPT, el producto de inteligencia artificial creado por OpenAI.

Podría decir mil cosas que encuentro impresionantes de ChatGPT, pero hoy quisiera limitarme a señalar cómo su surgimiento es la primera muestra convincente de que los avances recientes en inteligencia artificial sí podrían crear nuevo conocimiento, algo que parecía un don exclusivo del ser humano y sobre el que se soportaba buena parte de las regularidades históricas sobre el progreso tecnológico de las que hablaba arriba. Esto me hace bastante más pesimista, sobre todo respecto a los prospectos de aquellos más educados. Permítanme explicar por qué.

Primero, contrario a lo que ha sucedido en los últimos dos siglos, las habilidades que parecen más amenazadas por esta nueva ola de progreso tecnológico no son aquellas manuales que requieren de poco capital humano. Todo lo contrario, son las actividades que requieren de un amplio cúmulo de conocimiento aquellas que parecen poder sustituirse más fácilmente. Por ejemplo, ChatGPT es bastante bueno escribiendo ensayos sobre temas complejos como las causas de la Revolución Industrial o las razones detrás de la expansión del cristianismo en la Antigüedad.

Si el tipo de inteligencia artificial que ChatGPT lidera sigue avanzando y sus costos computacionales reduciéndose al ritmo que lo han hecho en el último par de años, es difícil no pensar que la inmensa mayoría de editores, críticos de arte, traductores, y sí, profesores —por mencionar solo algunas de esas profesiones que se han mantenido inmunes al progreso tecnológico por siglos— serán completamente obsoletos en menos de una década. Y aunque seguramente subsista un pequeño estrato de intelectuales con alto prestigio y estatus, hoy veo bastante menos factible la visión utópica del progreso tecnológico.

Más grave aún, la visión fatalista sí parece hacerse cada vez más factible. Hasta ahora, la nueva tecnología que sustituye trabajos ancestrales ha generado oportunidades laborales en otras actividades, normalmente asociadas al diseño y seguimiento de aquellas nuevas tecnologías. Sin embargo, el tipo de inteligencia artificial que representa ChatGPT parece ser extraordinariamente exitoso diseñando y siguiendo el funcionamiento de nuevas tecnologías. Por ejemplo, ChatGPT puede generar códigos funcionales en un amplio número de lenguajes de programación, al igual que encontrar y corregir errores en códigos existentes de todo tipo. Es decir, esta nueva ola de progreso tecnológico podría llegar a reemplazar a los trabajadores calificados en los sectores que producen innovación, justamente aquellos que el progreso tecnológico suele expandir.

Así las cosas, todo parece indicar que lo que hará en los años venideros la inteligencia artificial será reducir los espacios donde el capital humano es valorado en la economía. Y quizá este sea el mayor símbolo de la impredecibilidad del progreso tecnológico. Quizá en 100 años alguien reflexione sobre la ingenuidad de alguien como yo que con confianza les decía a sus estudiantes que la educación correcta los protegería de las amenazas del progreso tecnológico.

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