Por Daniel González Monery
Universidad del Atlántico
Facultad Ciencias Sociales, semestre 8
moneri11@hotmail.com
En apenas 10 meses de gobierno, Iván Duque ha viajado al exterior 17 veces. Es comprensible que un primer mandatario tenga una apretada agenda que involucre desplazamientos importantes, vitales para la economía del país y la diplomacia exterior, pero también debe ser coherente con lo que está pasando en su nación. La gota que rebosó la copa fue su presencia en el Festival de Cannes. Mientras él hablaba de la “economía naranja”, el hijo de María del Pilar Hurtado lloraba sobre el cadáver de su madre.
No son los viajes: es el discurso desconectado con la realidad del país que él lleva más allá de las fronteras. Un discurso que haría pensar a algún despistado, que están hablando de Suiza y no de Colombia. Duque parece vivir encerrado en una dicotomía que le impide ver la realidad de un país convulsionado y que se desmorona mientras que él parece esperar el último trino de Uribe, o el susurro al oído, para tomar alguna decisión que casi siempre es desafortunada.
Lo paradójico es que el que funge hoy como presidente, ejecuta las mismas acciones que criticó de su antecesor, sin que el Centro Democrático diga ni mu. Es decir, lo que antes era condenable, ahora es aceptado. Pero los viajes no son los motivos principales por los que se critica a Duque.
La manía –instada también desde Uribe—de achacar todos los males del país al mandato anterior, parece ya un cuento chino que no se lo cree nadie: a un año de mandato, este gobierno no da señales claras de redireccionamiento, de timonazos claves para llevar a Colombia a puerto seguro y, lo que es peor, la percepción en redes sociales, en reuniones de líderes, en encuentros familiares y hasta en conversaciones de peluquería, es que el piloto no se ve por ninguna parte: el país es un avión a la deriva que da tumbos intempestivos según las ocurrencias de turno del presidente a la sombra.
Mientras el país se incendia por estremecedores sucesos y bajo la mecha encendida de la polarización desbocada, Duque en sus constantes periplos habla de un Estado ideal, utópico y progresista donde todos convivimos en paz, lo que nos lleva a pensar que sería mejor no vivir en Colombia, el Estado real, sino irnos a vivir con “Alicia en el país de las maravillas”, ese que pinta el presidente ante la comunidad internacional.
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