La cuarentena ha mandado al limbo a los ciudadanos mayores de setenta años, con el argumento de que forman la franja de edad más vulnerable por el malhadado virus innombrable. Están en Babia, es decir como si no fueran ya habitantes de este mundo, en una indiferencia y un desentendimiento que pueden ser recíprocos: De ellos hacia la sociedad y de esta hacia ellos. La bondadosa consigna del Presidente de “cuidar a nuestros abuelitos” es muy discutible. Mis nietos saben que no deben tratarme de “abuelito”, sino de abuelo, así como detesto que alguien me diga “quédese sentadito”.
Pero además, de lo que trato es de advertir cómo en los protocolos y normas que rigen en materia de enclaustramiento hay una ambigüedad o un vacío. Se autoriza a ir al banco, a una farmacia o a un granero para hacer vueltas urgentes y comprobables, con la sola indicación del llamado Pico y Cédula.mMe consta de muchísimos coetáneos (mayores de setenta) que, amparados en esa excepción, han salido de su encierro cuantas veces han querido, sin problemas. Y han ido solos y manejando carro, porque todavía tienen licencia y porque se sienten tan hábiles, capaces y útiles como todos los demás ciudadanos.
Reconozco la seriedad, la ponderación, la prudencia y el tranquilizador ejemplo de sensatez que han dado el Presidente Duque y su gobierno en el manejo inteligente de la crisis. Que siquiera estamos en buenas manos, es una expresión general, a pesar de unos cuantos detractores que, tal vez por el confinamiento, están aislados por completo de la realidad y no tienen la sindéresis suficiente para admitir que afrontaríamos circunstancias peores si no fuera porque tenemos un mandatario providente.
Sin embargo, sí podría el Presidente flexibilizar y aclarar las restricciones a los que llama “abuelitos”. En primer término, es erróneo confundir la vejez con la decrepitud. Un hombre es decrépito y va perdiendo capacidades a partir de los 80, no de los 70. Estoy seguro de que un viejo puede comportarse de modo razonable para eludir el contagio, valerse por sí mismo y cumplir las reglas si sale a caminar un rato con todas las precauciones. En Colombia, los datos demuestran que la mayor parte de la población contagiada ha sido de adultos y jóvenes, no de viejos, ni de ancianos.
Me resisto a creer que en este país esté empezando a discriminarse a los viejos y a dársele la razón a una tal señora Lagarde, que dirigía el FMI cuando, en 2015, sentenció con agresividad infame que los ancianos son un riesgo demasiado costoso para la economía global y “hay que hacer algo”. Ni aquí ni en ninguna parte es justo “hacer algo” y lanzar a los viejos al limbo.