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Luces en la distancia

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Por Lina María Múnera G.

muneralina66@gmail.com

Hay algo de magia, de ilusión contenida, tras la atracción que sentimos por la luz. Como si ejerciera un poder hipnótico sobre nosotros –seres que hasta hace poco habitábamos cavernas– esa sensación de hechizo que se produjo al descubrir el fuego se refrenda año tras año con los millones de luces que se encienden por esta época.

En un ejercicio de fototaxia como el de las polillas, que encuentran un cierto sentido de orientación gracias a la luz, cada año accedemos a ser parte de ritos y tradiciones que, aunque más bien modernas, tienen connotaciones ancestrales, primigenias. Porque esas luces que contemplamos con fascinación ahora, son herederas naturales del fuego que se encendió hace 500 mil años.

Fue la capacidad prehistórica de obtener fuego a voluntad la que originó la revolución científica y tecnológica que la humanidad ha experimentado en los últimos siglos. Es así como queda reflejado en un ejercicio maravilloso de la imaginación llamado La guerra del fuego (1981), película de Jean-Jacques Annaud en la que una tribu de hombres de las cavernas se ve en la necesidad de conseguir fuego y descubre que el poder radica en aprender a hacerlo. Así obtienen la luz que les permite reunirse en torno a una fogata.

Y en un salto en el tiempo pasamos del árbol germano iluminado con velas en el siglo XVIII, al desenfreno cromático de los alumbrados que se impusieron en el siglo XX. Las luces siguen generando la misma ilusión, sí. Pero también ofrecen, contemplándolas con distancia, un espectáculo que mide fuerzas y habla de idiosincracias. Mientras unos buscan deslumbrar con sus juegos de luz y color, otros simplemente quieren iluminar para generar emociones en quienes los observan. Mucho hay de competencia en ese objetivo por conseguir la decoración más asombrosa.

Una corta mirada al mundo en estos días nos muestra paisajes luminiscentes en casas, centros comerciales, calles, parques y edificios. Cada ciudad habla de sí misma mientras asistimos fascinados a su contemplación. Así descubrimos el énfasis artístico y vanguardista que ilumina las noches en Lyon, la extravagancia desbordante de los edificios en Hong Kong, la creatividad y fantasía de Medellín, el símbolo de resistencia en Kobe o la majestuosidad y sobriedad de los Campos Elíseos en París. Y aunque mucho de este brillo se perderá debido a la cancelación de varios festivales de luces por el Covid, millones de luces han comenzado ya a encenderse en un anticipo de lo que será diciembre. Llevamos ya 20 años de este siglo XXI y continuamos tan absortos con la luz como hace miles de años lo estuvieron nuestros antepasados.

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