Por David E. Santos Gómez
Todos los caminos se han despejado para Luis Inacio Lula da Silva. El expresidente de Brasil, que estuvo preso 580 días por un supuesto caso de corrupción en medio de la operación Lava Jato, salió libre en noviembre de 2019 luego de que un tribunal dictaminara irregularidades en su proceso. La semana pasada, en otro golpe a sus contradictores, el Tribunal Supremo de ese país consideró que el famoso juez Sergio Moro que envió a la cárcel a Lula actuó de forma errada, parcializada, violando los derechos del expresidente, grabándolo de forma secreta y filtrando la información a diferentes medios brasileños.
Hoy la mayoría de las condenas contra Lula están anuladas y las posibilidades de nuevos impedimentos a su carrera política son cada vez más bajas. En momentos en los que Brasil colapsa por la demencia gubernamental de Jair Bolsonaro, con el coronavirus haciendo estragos y la economía en retroceso sostenido, el Partido de los Trabajadores de Lula se concentra en ser la fuerza opositora que logre pasar la página de la derecha que ahora gobierna. Su objetivo es la elección presidencial del 2022.
Lula Da Silva gobernó Brasil entre 2003 y 2010 en un periodo de crecimiento económico pocas veces visto. En el 2018, cuando se anunciaba su inminente regreso al Palacio de Planalto y lideraba todas las encuestas, fue encarcelado por supuesta malversación de fondos. Ahora, la reivindicación de Lula como un líder político de alcance hemisférico tendrá enormes consecuencias en la política Latinoamérica. Justo cuando la izquierda recupera terrenos perdidos en la última década, el brasileño se erige en una voz experimentada. Al mismo tiempo, para un altísimo porcentaje de la población, esa misma voz es vista con desprecio e incluso con odio.
La figura del brasileño divide no solo a su país, del que es núcleo político desde hace dos décadas, sino a América Latina entera. Mientras para algunos el regreso de Lula a la palestra es un símbolo de esperanza, para otros es un ejemplo de que la corrupción campea y la justicia no actúa. En lo que ambos extremos coinciden, sin embargo, es que al ruedo ha regresado un actor principal. Su discurso es escuchado por millones y va a la carga contra un Bolsonaro débil y errático. Las réplicas de ese sismo político se sentirán incluso en Colombia