Querido Gabriel,
Ángela Merkel es una líder asombrosa. Lo opuesto a la vieja imagen de un jefe de Estado. Es modesta, le importan poco la visibilidad y la fama. No es dominante y sus discursos no son ruidosos. Es silenciosa y reservada: una persona sobria. Su vida recuerda a la tortuga de la fábula. Tenía 35 años cuando cayó el muro de Berlín y dicen que esa noche se tomó una cerveza, se fue a dormir y al otro día madrugó a trabajar. Científica por muchos años, entró tarde a la política y llegó a Canciller después de cumplir los 50.
Ryan Holiday la menciona en su libro “El ego es el enemigo”, que te recomiendo porque te gusta el poder y sé que lo quieres usar para servir, pero no quiero que caigas en el riesgo de aprovecharlo para lo contrario, o peor, para servirte. ¿Hablamos de este tema en el país del “¡usted no sabe quién soy yo!”? ¿Conversamos sobre el liderazgo sobrio y los riesgos del egocentrismo? ¿Aspiramos a que nuestros líderes sean más humildes, más serenos?
La palabra sobrio viene de una antigua raíz indoeuropea que significa “control de sí mismo” y es el antónimo de ebrio. Borrachos; así se ven aquellos demasiado enamorados de su imagen o su inteligencia, los vanidosos y los arrogantes. Holiday define ego como “una creencia dañina en nuestra propia importancia”. La sobriedad, explica, proviene de la confianza que ganamos con el trabajo y los años. El ego, dice, es casi siempre algo robado.
“La pasión típicamente enmascara una debilidad”, afirma. Tal vez eso de trabajar con pasión merece entonces una reflexión. ¿Será que las personas demasiado apasionadas, apegadas a sus ideas, pueden terminar estrelladas contra su propio ego? Una Merkel que hace pausas, duda, escucha y reflexiona para liderar Europa, contrasta, por ejemplo, con un Trump alentando guerras y creando conflictos internos para su propio beneficio. ¿Qué tal reemplazar la pasión con la moderación y actuar serenamente desde los propósitos, no desde las ideologías o los intereses?
Nos perdemos de muchas cosas cuando el ego nos domina. “Si comienzas a creerte tu propia grandeza, es la muerte de tu creatividad”, dice la artista Marina Abramovic. En lugar de recibir las críticas con alegría y mantener vivo el deseo frente a los desafíos que la vida nos propone, el ego nos convierte en el vanidoso de El Principito: “...el vanidoso no lo escuchó. Los vanidosos nunca escuchan más que las alabanzas”. Dejar de escuchar es dejar de aprender. Muchos de los grandes fracasos de la historia fueron dirigidos por un empresario sordo a las opiniones de su equipo o un político atrapado en su ego, sirviente de ese señor imaginario que conforman su carrera, su imagen y sus seguidores.
Por otro lado, el primer resultado del autoconocimiento es la humildad. Séneca hablaba de la tranquilidad como la eutimia, esa sensación de estar en nuestro propio camino sin distraernos. Tal vez algún día aprendamos que no se trata de vencer a alguien, de tener más que el otro, de ser mejor que nadie, sino de recorrer con alegría nuestro propio y singular sendero. ¿Inspiramos la tertulia con esta cita del cuento de Tolstoi, El Padre Sergio?: “Pensaba que era una llama ardiente, y cuanto más lo creía tanto más débil y apagada sentía la divina luz de la verdad que en él brillaba”.
* Director de Comfama