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Francisco Cortés Rodas
Columnista

Francisco Cortés Rodas

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Maquiavelo y el maquiavelismo

Por Francisco Cortés rodas

franciscocortes2007@gmail.com

Una cosa es Maquiavelo y otra cosa es el maquiavelismo. Maquiavelo es el autor de algunas de las más importantes obras de la filosofía política: El príncipe, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Del arte de la guerra, Escritos de gobierno. El maquivelismo implica la idea de un dominio de la conducta; presupone que Maquiavelo no fue otra cosa que un hombre perverso que predicó la maldad, la traición y el engaño. Es maquiavélico quien hace el mal voluntariamente, quien pone su saber al servicio de un designio esencialmente dañino para el prójimo.

Para Maquiavelo el problema fundamental de la política es cómo es posible mantener el poder del Estado. No creyó en una mejora del hombre conseguida mediante la enseñanza moral o religiosa, y pensó, por tanto, que el político debe actuar siempre según convenga a las circunstancias y al dominio de las mismas. Si los hombres fuesen buenos, la política consistiría en el ejercicio exclusivo del bien. Pero, puesto que los hombres son egoístas, codiciosos y ambiciosos, la política tiene que consistir en actuar con astucia y fuerza. Maquiavelo escribió: “El príncipe, al tener que actuar como una bestia, tratará de ser a la vez zorro y león; pues si solo es león, no percibirá en absoluto las trampas; si solo es zorro, no se podrá defender de los lobos; necesita pues al mismo tiempo ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos. Aquellos que se limitan simplemente a ser leones, son muy poco hábiles.” En esa combinación debe primar la astucia del zorro, bastante más que la fuerza bruta del león.

Es claro que Maquiavelo defiende el realismo político, la frialdad de la razón de Estado con la que debe actuar el gobernante si quiere mantener la unidad política y la cooperación de sus ciudadanos en torno al bien común. Pero lo que no está en su obra, es que el político pueda justificar todos los medios y, particularmente, los medios violentos para conservar el Estado, ni tampoco permite justificar la tiranía, ni promover la corrupción.

Esto debe ser destacado porque en las formas del uso del poder que se despliegan en nuestro país se pretende, no siguiendo el gran espíritu de Maquiavelo, sino tergiversándolo, justificar el derecho a la expoliación de los dineros públicos por la casta de los gobernantes, a usar las fuerzas armadas contra la población que protesta sin ninguna restricción, asesinando, desapareciendo personas, violando mujeres, disparándoles a los ojos de los manifestantes, a burlarse del propósito de la CIDH al imponerle que el pérfido y engañador Alejandro Ordóñez sea su enlace con el gobierno, a desconocer y burlarse de las demandas y pretensiones de los estudiantes. Todo esto ha funcionado sobre la base de que la élite dominante, económica y política, considera al pueblo como ignorante, ingenuo y manipulable. Frente a esta, todos los hombres son inocentes, ignorantes, es el vulgo. Más allá del maquiavelismo político, se requiere una política que se someta a principios éticos y genuinamente democráticos

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