Un día Jesús se dirigió así a la multitud: “Han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos... Ustedes, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial”(5, 43-45.48).
Educar es la tarea por excelencia, promover al ser humano para que sea perfecto, según la invitación de Jesús, en que el secreto de la perfección es el amor. Que cada ser humano ame con toda la capacidad de sus potencias y sentidos, pues Dios, por ser amor, sale de sí mismo a crear criaturas de amor, al hombre en especial, de modo que todo lo que es y hace tenga el sello del amor.
La oración es la relación de amor del hombre con Dios, y así, el orante cultiva el fundamento de la vocación humana, la de ser criatura de amor, en que Jesús es el modelo al afirmar: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
Dios me ama y por eso existo, pues si no me amara no existiría, y Dios está en mí más íntimamente que yo a mí mismo dándome amorosamente la existencia. Mi tarea consiste, por tanto, en corresponderle amándolo con todo el corazón, y como amor correspondido es amistad, Dios y yo somos amigos.
Como criatura de amor, san Agustín me hace esta invitación: “Ama y haz lo que quieras”. Y aclara su invitación así: “Si callas, callarás con amor. Si gritas, gritarás con amor. Si corriges, corregirás con amor. Si perdonas, perdonarás con amor”. Así, el amor se convierte en el fundamento de mi comportamiento.
Llamar máquina de amor al ser humano es humanizar la máquina y ennoblecer al hombre al asignarle la tarea de generar amor. Mis ojos son para mirar amando, o si se quiere, para amar mirando; mis oídos son para escuchar amando, o si se quiere, para amar escuchando; mi boca es para hablar amando, o si se quiere, para amar hablando. Amar es la tarea por excelencia del comportamiento humano.
En su despedida, Jesús dio a los apóstoles este mensaje: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34). En este caso, el amor no es una exigencia más, sino la novedad de Jesucristo, en el cual me voy sumergiendo con cada gesto de amor que realizo. El mandamiento nuevo del amor sintetiza todos los mandamientos.