Por Cristian Felipe Ramírez G.
Universidad de Antioquia
Ciencias Sociales - Historia, semestre 9
cfelipe.ramirez@udea.edu.co
Walt Disney creó un emporio con un simple ratoncito; Colombia, con tanta cantidad de ratas, no ha sido capaz de construir algo decente. Y es esa gente que roba al país la que nos tiene sumidos en la pobreza y el atraso, como también lo es la indiferencia de quienes nos sentimos víctimas. Porque este país, experto en revueltas y bochinches, no ha logrado hacer una verdadera revolución que trastoque sus estructuras fundamentales.
Y si hubiese que cambiar una palabra del diccionario sería esa: revolución. Dejarla como una noción de la física, que es dar vueltas sobre un mismo punto, y cambiarla por re-evolución. Bastante nos serviría ese guión intermedio. Volver a evolucionar, repetir el avance... Perfectísimo.
Pues para revolución verdadera, la de Lutero. Dar vueltas sobre un mismo punto, sobre sí mismo: criticar la Iglesia de la que se hace parte; autocrítica pura y dura para consigo. Las otras llevan de revolución más el nombre que otra cosa y no debe extrañarnos que las revoluciones sean del pueblo contra el rey, del oprimido contra el poderoso, del incomprendido contra el que se lleva los aplausos.
Re-evolución vendría mejor a nuestro léxico. Ya se opondrán los teóricos. Las vueltas también se dan en los fenómenos sociales, dirán, y claro que sí. Sólo digo que esta nueva noción explicaría de modo más optimista los cambios profundos que la historia proclama, o los que están por venir.
¡Y cómo oponerse a lo que digan los teóricos de las revoluciones, por Dios! De estos se cuentan por montones. Pero esas re-evoluciones, ese volver a avanzar, sólo es posible con una revolución, un giro sobre nosotros mismos, una crítica a nuestras concepciones.
Hay que descuidar por un segundo al teórico que nos quita el actuar, ya que no falta el que escribe de erotismo sin saber cómo llevarse a alguien a la cama. Lo duro es saber que quien escribió esta columna se quitó el tiempo de actuar y lo dedicó a publicar sandeces. ¿Aquí cabe la autocrítica?.
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