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Medellín y Antioquia: entre la vieja y la nueva política

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

El Gobernador de Antioquia y el Alcalde de Medellín, para el próximo cuatrienio, deben representar una serie de valores y comportamientos que ayuden a modernizar el ejercicio de la política y la administración de lo público. La primera exigencia es que la médula de sus actuaciones sea la ética. El respeto por los ciudadanos y por el patrimonio comunitario. Líderes que en todo tiempo y lugar sean ejemplo de decencia, rectitud, probidad.

No habrá progreso, inversiones estratégicas adecuadas y equidad social, si a la cabeza de los gobiernos más importantes de la región están personas guiadas por intereses personales y privados que riñen con el bienestar común.

Su obsesión permanente debe ser que no se roben un peso, que no se dilapide el presupuesto y que lo invertido genere una riqueza cuya beneficiaria directa sea la ciudadanía.

Deben ser defensores de causas mayoritarias esenciales para transformarnos en una ciudad y un departamento modernos: cuidado del medio ambiente, respeto de la diversidad y las minorías, equilibrio y ecuanimidad social, económica y política para todos los estratos, impulso a la movilidad limpia y sostenible, firmeza contra fenómenos de criminalidad y violencia, humanismo y enaltecimiento de la vida como derecho superior que se ejerza con dignidad.

Debemos tener gerentes que privilegien la experticia y los criterios técnicos y que, sin sabérselas todas, se apoyen en asesores idóneos, capaces.

Esos dos gerentes que administrarán el patrimonio de Medellín y Antioquia deben saber trabajar en equipo y en mangas de camisa, barrio a barrio, calle a calle, plaza a plaza, vereda a vereda. Sin ínfulas de “doctores” y geniecillos ungidos e inabordables. Sin populismos ni poses, debe asomar en ellos el deseo de un trato horizontal, de escucha y aprendizaje de la mano de su gente.

No queremos más burócratas ni lagartos amigos y mecenas solo de quienes operan sus maquinarias electoreras. No más repartidores de puestos públicos, de mercados, de ladrillos, de billetes de cincuenta mil pesos. No más caudillos de discursos aprendidos, de lugares comunes. Sí, líderes sobrios (en todas las acepciones de la sobriedad), levantados con los gallos a motivar sus equipos de trabajo y prestos a resolver las contingencias diarias. Pero, a la vez, con un plan: con metodología, estrategia, visión y proyección de metas y resultados. Con ganas de servir, de marcar a las nuevas generaciones con un liderazgo respetuoso, transparente y generoso.

Si usted, respetado lector, después de analizar a los candidatos actuales, descubre a uno de atributos similares, atrévase a darle su apoyo y su voto el 27 de octubre.

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