Dicen que el olfato es la “Cenicienta” de los sentidos. Despreciado tanto por personajes ilustres como Kant, que dijo que era “el más ingrato” y “prescindible de los sentidos”, Darwin, que lo consideraba “de un servicio extremadamente leve”, así como por los simples mortales. Y el asunto parece empeorar a medida que pasa el tiempo. En una encuesta realizada en 2.018 a 20.000 estudiantes, solo el 2% dijo que el olfato sería el sentido que más extrañarían; y en otra encuesta a 7.000 jóvenes, más de la mitad preferiría desactivar su olfato que a su teléfono celular.
¿Por qué tanto desprecio por el olfato? ¿Será por no valorar las cosas hasta que se pierden? Una de las secuelas de la covid-19, y todavía no sabemos las otras, es la pérdida del olfato, aparentemente temporal. Tal vez por estar el olfato asociado con la afortunadamente rutinaria e incesante respiración, más de 20.000 veces al día, sea el sentido menos valorado de los 5 que dicen tener los humanos, aunque las “humanas”, además de tener más desarrollados los cinco tradicionales, dicen tener un sexto, y yo creo que hasta más, pero no van a confesarlo.
¿O será porque desconocemos la importancia del olfato? Si no fuera por este, el sentido del gusto, mejor valorado en las preferencias, sería uno de los más aburridos de todos pues todo lo que nos lleváramos a la boca caería en la categoría de dulce, amargo, salado, ácido o “umami”, el más nuevo de todos, pero el mejor; aunque el “starchy” quiere engrosar la lista. Gracias a los olores, el espectro de sensaciones es casi infinito, así no seamos perfumistas profesionales que pueden identificar más de 2.000 de aromas, o elefantes africanos, que tienen 1.984 genes para detectar olores, a diferencia de los humanos que solo tenemos 396. La ventaja no es solo por el tamaño de la nariz.
En un mundo empeñado en impregnar de un aroma mortecino a la existencia, particularmente los medios de comunicación que viven de propalar la inmundicia humana todo el día, y si no hay porquería local entonces buscan la internacional; me parece justo y necesario elevar la categoría y ejercicio de la percepción olfativa, que no tiene que ser exclusivamente gracias a un costoso perfume en la piel de la mujer apropiada, que los hay malucos y mareadores, hasta algunos que provocan una tormenta sensorial que si uno no fuera un caballero, carajo, no respondería uno por sus actos. Es casi una característica común de la raza humana la sensación celestial del olor del pan recién horneado. Otros prefieren el aroma de un bebé recién bañado, seguramente porque a lo que olía antes del baño te haría considerar la idea de mejor ser estéril.
Huelan todo lo que puedan. Todavía es gratis, el inventario es enorme y tal vez, a diferencia de los demás, sea el olfato el sentido que menos languidece con los años