Hace una década, conocí a una comunidad de grafiteros en el barrio Alfonso López en la comuna 5. Tenían una pequeña sede al lado del parque. Gracias a su creatividad y colores habían transformado una casa humilde en su palacio. Era un ir y venir de jóvenes, una infinidad de iniciativas, la formación de amistades. Era también un refugio donde estos artistas iban para desahogarse, compartir lágrimas, descargar rabias y frustraciones. Durante una de mis visitas dos grafiteros, Shifone y Feike, me invitaron a ir a pintar un muro cerca de una cancha de fútbol. Decidí acompañarlos y observar cómo un muro gris y aburrido, se transformaba en una pieza de arte llena de colores. Cuando terminaron, ya era de noche.
Por eso, me dolió cuando al día siguiente me informaron que el Inder había cubierto aquel graffiti con su monótono verde institucional. Sentí un poco de aquel dolor que un artista urbano experimenta cuando le borran su obra. Entendí aquel día que el graffiti es efímero, así como efímera es la atención que la mayoría le ponemos a las historias y las condiciones de miles de jóvenes que viven en las periferias de la ciudad, y en las márgenes de nuestros corazones. Te puedes sentir aún más rechazado cuando sientes que solo tienes un muro y algunas pinturas para comunicar al mundo tus dolores, tus sueños y aquel espacio también te es negado. Es duro sentir que no te escuchan, porque no les interesas.
Entiendo también al grupo de activistas que en El Poblado decidieron cubrir con pintura blanca un graffiti que los ofendió. Lo hicieron de manera alegre, no violenta, respondiendo a la provocación de unos grafiteros y también rechazando la idea de ser dibujados como asesinos y paramilitares. Si es equivocado pensar que los grafiteros son unos vándalos, igual de equivocado es pensar que quienes viven en los barrios de estrato más alto son paramilitares. Pero, ¿qué tal si estas dos ciudades, en lugar de enfrentarse a golpe de colores, decidieran encontrarse, conocerse y descubrir cómo, conjuntamente, construir ciudad? ¿Es tan difícil imaginarse un diálogo que lleve a iniciativas conjuntas?
¿No sería esta la mejor respuesta a los líderes que, en ambos lados, incitan a la confrontación y al no-diálogo? Fomentar el odio es la forma más fácil que un líder tiene para galvanizar a los suyos y posicionarse. Pero es un liderazgo dañino, que no construye y que seguramente hoy la ciudad y el país no necesitan. Tirar piedras es fácil, no se necesita ser inteligente. Recoger piedras para construir es mucho más difícil y sí requiere habilidades de liderazgo, inteligencia y creatividad. ¿Por qué entonces, no imaginarse un diálogo para reconocernos y mirar al futuro de la ciudad, hombro a hombro, en lugar de enfrentarnos? Un primer paso podría ser desistir de ir hoy a borrar el grafiti en el muro de San Juan con la 80, para evitar además un enfrentamiento violento. No aumentemos el odio. En su lugar, aumentemos la escucha. Seamos todos menos primitivos y más inteligentes.