Joan Didion, quien falleció el jueves 23 de diciembre a la edad de 87 años, inspiró al menos a dos generaciones de ladrones impostores a irrumpir en su obra, despojarla hasta quedar en su expresión más básica y decorarla con sus propias neurosis aburridas. Ningún otro escritor de ensayos, excepto James Baldwin y George Orwell, ha tenido más imitadores. Durante 30 años, parecía que todas las ediciones de todas las revistas tenían al menos un “didionismo” en alguna de sus páginas, ya fuera un listado de artículos minuciosamente seleccionados o uno de los conjuros que usaba para iniciar secciones de textos. Resulta que estoy en el valle de la Muerte...
Los escritores jamás deben revelar sus influencias porque los toques nunca son tan sutiles ni tan evocadores como deberían. Pero cuando me enteré de la muerte de Didion, revisé algunos de mis escritos y me invadió un sentimiento de vergüenza. ¡Había robado muchísimo de ella!
Hay una escena en la película Amadeus en la que Salieri encuentra la evidencia del genio de Mozart en un atril abandonado. Mientras Salieri lee la partitura, cae en un doloroso trance y no solo ve la prueba de su propia mediocridad, sino también la muestra de que las posibilidades de la vida son mucho mayores de lo que había imaginado. Yo sentí algo parecido cuando terminé de leer The White Album (El álbum blanco, en español), la recopilación de ensayos de Didion publicada en 1979 sobre la política en California. Vi la fotografía de su Corvette Stingray amarillo de 1969 y leí la prosa perfectamente equilibrada. Esos ensayos se enlazaban en largas oraciones, pero con una forma y una fuerza madura.
Pasé los siguientes 25 años tratando de escribir como Didion. Cuando volví a revisar mis escritos esta semana, ella no aparecía sutilmente, como pequeños rastros de nitrógeno en la tierra, sino en plena forma: como si alguien —yo, por ejemplo— hubiese escarbado en su jardín y sacado sus cosechas para luego venderlas en el mercado como si fueran mías. No me incomoda revelar esto porque sin duda no soy el único.
¿Pero qué hay en esos primeros ensayos —“Arrastrarse hacia Belén” y “El álbum blanco”— que inspira tanto hurto de ideas? Didion no empezó su carrera como una escritora particularmente honesta, aunque más tarde lo sería. En ocasiones, escribía en un estilo confesional, pero eso no es lo mismo. Tampoco mostró una perspectiva política especialmente persuasiva o siquiera clara en sus primeros textos, como “Arrastrarse hacia Belén”. Esa colección de ensayos en particular se vale de un truco estilístico: declara que el mundo se va a acabar y luego te suelta un montón de observaciones sobre Haight-Ashbury en 1967 y te pide que hagas todas las conexiones necesarias. Es decir, es la versión en ensayo de una “novela de cuentos cortos”.
Con el tiempo, la propia Didion se volvió cautelosa respecto de su propia ambigüedad y empezó a escribir con el estilo más directo y explícito de su famosa defensa de 16.000 palabras de “los cinco de Central Park” en 1991. Pero quiero concentrarme en los primeros trabajos de Didion porque esos son los que hipnotizan a tantos jóvenes escritores y los condenan a una vida de imitaciones deslucidas.
La mayoría de los ladrones de Didion comienzan sus carreras de imitación después de una revelación similar. Un crítico cruel diría que Didion inspiró a una generación de narcisistas a hacer muchos menos reportajes. Prefiero la interpretación de uno de mis profesores de la escuela de posgrado. Después de leer la introducción de “John Wayne” en voz alta en clase, gritó por lo que parecieron cinco minutos sobre la valentía que se requería para hacer una semblanza de John Wayne y dedicar los primeros tres párrafos a escribir sobre la ocasión en que tú, tu madre y tu hermano pequeño vieron unas películas en una barraca Quonset en Colorado Springs.
Sin embargo, sí creo que hay un matiz casi evasivo en las primeras obras de Didion, algo que explica por qué tantos han tomado sus primeros textos como inspiración. Así como describió la ciudad de Nueva York como un lugar para “los muy jóvenes” en “Adiós a todo aquello”, “El álbum blanco” y sobre todo “Arrastrarse hacia Belén” se pueden leer como plantillas para escritores jóvenes que quizá tampoco han definido lo que quieren expresar, pero de todos modos quieren expresarlo; que quieren ser honestos, pero solo han reunido la valentía suficiente para escribir en el estilo confesional que le robaron a Didion.
“Ella era capaz de ver lo que sucedía en las calles con la claridad inmejorable con la que parece haber nacido”, escribió Menand. “Lograba que sus lectores lo vieran, pero no podía explicarlo”. Tal como escribió la propia Didion: “Es fácil ver los principios de las cosas, y más complicado ver los finales”