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Elbacé Restrepo
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Elbacé Restrepo

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MISS VAQUITA

Por

Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Esta semana un reinado infantil alborotó el país. Miss Tanguita, celebrado en Barbosa, Santander, ocupó titulares, columnas de opinión, menciones en prensa internacional, comentarios radiales, callejeros y cientos de trinos de rechazo. En vez de “celebrado”, “conmemorado” sería una palabra más precisa.

Hace muchos años, siendo muy joven, leí de Daniel Samper Pizano que no entendía cómo una mujer podía pararse en una pasarela para que la miraran, la pesaran y le midieran hasta las tetas, igual que una vaca en la feria de ganados. Sin condenar a quienes se someten a esa tortura, le di la razón. Y también le di gracias a Dios por mis piernas de alambre y mi brasier talla 32, que enterró para siempre el sueño que no tuve de ser reina. Porque han de saber las mamás de las candidatas que defendieron la participación de sus hijas en Miss Tanguita que no todas soñamos con ser reinas ni princesas. Qué pena contradecirlas, pero no.

No discuto la impertinencia de un evento donde las niñas hacen de grandes mientras son el centro de atención de cientos o tal vez miles de espectadores, muchos de ellos borrachos que seguramente no las miran con ojos paternales ni buenas intenciones, pero tampoco me quedan dudas de que un sinnúmero de quienes se han arrancado hasta las pestañas de la indignación, son los mismos que se desnucan hojeando (que van a leer) la revista Soho para ver las modelos desnudas desde todos los ángulos posibles (y quién sabe qué dirá su historial de páginas visitadas en Internet). Negar nuestros propios demonios, a veces peores que los ajenos, es de lo más fácil.

Una herencia de los mafiosos, que mandaban a hacer sus mujeres a su antojo en los quirófanos, es esta sociedad que le rinde culto al cuerpo, a la belleza y a la desnudez. Mientras más se muestre, más posibilidades de “éxito”. Por lo menos así lo creen muchas, y también los publicistas, que para vender bluyines, zapatos, carteras, discos, jabones o automóviles, recurren a mujeres bien mostronas y sugestivas. Las niñas que participan en Miss Tanguita y otros reinados similares seguramente quieren parecerse a ellas. Muchas “diosas” para imitar y muchos papás que lo permiten.

Sin ir muy lejos, ¿cuál es la primera imagen que reciben los visitantes que llegan a Medellín por la entrada internacional del aeropuerto José María Córdova de Rionegro? Una valla gigantesca de Leonisa que tiene dos letreros: “Leonisa”, obvio, y “Bienvenido a Medellín”. Explíquele, pues, a un extranjero, que la valla no es lo que parece, que Leonisa no es una mujer semidesnuda en oferta sino una empresa tradicional muy respetable. Y si no tiene quién le explique se queda con el mensaje inicial negativo de esa imagen: que alguien promueve el reconocido negocio de la prostitución en Medellín desde la entrada.

¿Se habrán dado cuenta las autoridades de la ciudad, los funcionarios de la Aeronáutica Civil y la empresa Leonisa del mensaje equivocado que están dando con esa valla? Creo que no. ¿Estarán dispuestos a sustituirla por otra que dé la imagen correcta de todo lo que Medellín tiene detrás de su mala imagen? Quisiera pensar que sí, pero también creo que no.

Miss Tanguita es una poma frente a casos iguales y peores de aberración, abuso y explotación que pasan frente a nuestros ojos sin que los veamos y que degradan a la mujer, desde niña, a la condición de objeto. O de vaca en el matadero, valiosa por su peso, su tamaño, su cadera y su ubre. Tal cual.

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