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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

Moribundos libros nuevos

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Hace once años exactos Umberto Eco lamentaba la velocidad con que moría un libro. En entrevista con El País de Madrid traía a cuento cómo ninguna bibliografía científica americana citaba obras con más de cinco años de publicados.

Agregaba que las nuevas generaciones no recuerdan quién era Franco ni Mussolini, ni siquiera Felipe González. Calificaba esta obsolescencia programada del pensamiento como una pérdida de memoria y de relación con el pasado.

Un decenio después esta catástrofe mental habrá aumentado, no tanto por el elemental paso del tiempo, sino a causa de la hemorragia de las redes sociales. En 2008 el semiólogo italiano le echaba la culpa a la “abundancia de información sobre el presente”. Si hoy estuviera vivo afinaría su puntería sobre Twitter, Facebook e Instagram.

Esa sobreinformación “no te permite reflexionar sobre el pasado”, insiste Eco. Es más, el goteo desesperado de estas redes y la impertinencia de los chats amenazan con borrar también el presente. Un instante actual no vale nada. Detrás de él atosigan diez, cien, mil mensajes sin fin. Ningún cerebro digiere tamaña comilona. Pantagruel reventaría.

Para Eco, el derroche de contenidos “es una pérdida y no una ganancia... La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia”.

Perder el pasado, no volver a pasar por el corazón las semillas que nos constituyen, equivale a abdicar del distintivo de la especie. Dejaremos de ser la conciencia del planeta, la noosfera de Teilhard de Chardin.

Y regresaremos a ser bestias, subiremos a los árboles por el miedo a los sables del tigre. Sobre las raíces del suelo quedarán los cadáveres pálidos de las almas. Ninguna inteligencia dará nombres apropiados a las cosas. Estas cosas innombradas perecerán en la ceguera del sentido.

El tiempo que corre dio sepultura a la historia. Hay riesgo perentorio de que no muy lejos se celebren funerales por el presente. Los muchachos hablan entrecortados, no aciertan a hilar la última idea con la penúltima porque media cabeza se ocupa en responder con los dedos el envío titilante que los acogota.

Un mundo sin pasado, cercano a un mundo sin presente, servirá de cofre mortuorio para una humanidad que gruñe y que mata los libros recién nacidos.

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