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Nada pasa cuando violan mujeres en Nigeria

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Por OluTimehin Adegbeye

En mayo, cientos de miles de personas en todo el mundo se familiarizaron con la leve sonrisa de una joven estudiante llamada Uwa Omozuwa. Estaba estudiando en una iglesia, trabajando para obtener una licenciatura en microbiología, cuando fue violada violentamente. En cuestión de días, murió a causa de las brutales heridas infligidas por su atacante.

Cuando la muerte de la Sra. Omozuwa se hizo pública, la indignación fue rápida y sostenida. Las redes sociales estaban repletas de carteles con su rostro sonriente y el hashtag #JusticeForUwa. Presentadores de programas de entrevistas, periódicos y blogs se centraron en el caso. La gente criticó la respuesta pública de la iglesia donde Omozuwa fue agredida, algo extremadamente inusual, ya que los nigerianos rara vez se involucran críticamente con algo relacionado con las iglesias. Hubo una posición de consenso: este tipo de violencia es inequívocamente inaceptable. Las mujeres nigerianas están en peligro. Hay que hacer algo al respecto.

A las pocas semanas de la campaña #JusticeForUwa, otro caso de violación de alto perfil entró en el dominio público. D’banj, una estrella pionero y muy querido en la industria musical de Nigeria, fue acusado por una joven de irrumpir en su habitación de hotel y violarla.

Seyitan Babatayo hizo las acusaciones ella misma, en Twitter, publicando imágenes y detalles de cómo se había desarrollado el asalto. Según ella, D’banj hizo insinuaciones sexuales a través de un asistente. Después de que ella se negó, de alguna manera consiguió una copia de la llave de su habitación, entró durante la noche y la violó.

A diferencia de la Sra. Omozuwa, la Sra. Babatayo vivió para contar su historia. Y esta vez la respuesta fue muy diferente. Muchos –incluso un activista destacado de derechos humanos– criticaron a Babatayo. Fue cuestionada en lo personal (¿qué estaba haciendo en ese hotel, de todos modos?), y sus motivos se convirtieron en objeto de acaloradas especulaciones (claramente, quería algo de la fama y el dinero de D’banj). Su palabra por sí sola no fue suficiente; para creerle, los nigerianos también necesitaban su cuerpo. Pero Babatayo había cometido el gran error de sobrevivir.

La hipocresía era típica de Nigeria, un país organizado alrededor de la combinación letal de una cultura patriarcal violenta y una relación puritana con el sexo. Aquí, los hombres se socializan activamente para comprender que la mujer existe para someterse a ellos, llenar sus necesidades y confirmar su masculinidad por medio de disponibilidad sexual. Hombres y niños son condicionados para ejercer la dominancia. Y los cuerpos de mujeres y niñas son sus terrenos de entrenamiento más ubicuos.

Entre enero y mayo, más de 700 casos de violación fueron reportados en Nigeria. Dado que la violación, incluso cuando hay un marco judicial y social robusto para gestionar el crimen, generalmente no es reportado y la violencia social tiende a ser tratada en Nigeria como como tabú o “asunto familiar”, es más seguro inferir que la verdadera cifra es mucho más alta. Una fuerza policial corrupta sólo empeora el asunto.

La verdad es que el dolor de las niñas y mujeres, incluido el tipo de dolor causado por la violencia sexual, simplemente no es gran cosa en Nigeria. En todo caso, el dolor femenino generalizado es un aspecto fundamental de nuestro orden social. Cuanto más abuso es capaz de aceptar dócilmente una mujer, más virtudes le otorgan las personas que la rodean. Y aquellos que hablan en contra de los abusos son puestos en su lugar.

La verdad es que en Nigeria nada sucede cuando las mujeres son violadas. Tal vez la Sra. Babatayo sabía eso. Sus acusaciones contra D’Banj fueron seguidas por una extraña serie de eventos. Fue arrestada por la policía y detenida por dos días. Después de varios días de escrutinio intenso y agitación, Babatayo hizo una declaración que indicaba que ella y D’banj habían llegado a una resolución “no monetaria”. “Sólo quiero mi paz”.

Siempre le creí a Babatayo. Y siempre lo haré. Cuando nos enfrentamos a acusaciones de violación como las dirigidas contra D’banj, tendemos a preguntarnos: “Dadas las circunstancias, ¿por qué este hombre violaría a alguien?”. Pero en Nigeria, la pregunta más procedente es: “¿Por qué no lo haría?”

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