Querido Gabriel,
Todos nos sentimos alguna vez ignorados y acallados en la juventud. Frases que comienzan con Usted es muy joven para... se repiten generación tras generación. Es paradójico, porque crecemos y nos volvemos arrogantes, olvidamos esos dolores y los infligimos a otros como si fuera una enfermedad hereditaria inevitable. “A veces nos escuchan, pero no nos involucran, no somos interlocutores válidos”, me dijo esta semana una joven. ¿Qué tal si convocamos a los que aún no comprenden la voz de los jóvenes? ¿Será que juntamos, una y otra vez, a líderes sociales y empresariales con la juventud que se expresa de manera no violenta? ¿Abrimos más espacios para la escucha mutua y compasiva? “Nada puede sanar la ira excepto la compasión”, escribió Thich Nhat Hanh.
Esta semana, personas e instituciones convencidas de que no hay otro camino sino el diálogo y que las soluciones urgentes y estructurales no dependen solo del Estado, promovimos algunos encuentros que comienzan a brotar, en buena hora, por muchos lados. Tomé más de 40 páginas de notas, hice fuerza, lagrimeé varias veces, me mordí los labios, sentí frustración y, finalmente, como pasa cuando uno conecta con personas de intenciones nobles, me invadió una esperanzadora alegría.
“Los sectores que hoy se movilizan lo hacen porque las aspiraciones que nos vendieron han sido un fracaso”, dijo contundentemente un joven. El país digno que intentó surgir de la Constitución de 1991 sigue pendiente, ese en el que la pobreza iba ceder y los derechos fundamentales, comenzando por la vida, serían no un albur sino una garantía. La Colombia de las oportunidades para que cada uno pueda realizar sus sueños, estudiar lo que le apasione, emprender o trabajar y vivir decentemente, ese país legítimamente soñado, aún no emerge. Hay avances, sin dudas, pero falta mucho, demasiados colombianos sufren la incertidumbre, el miedo y el hambre. “Estamos viviendo un duelo por nuestros sueños”, dijo una joven. Tal vez debemos comenzar por respetar ese duelo y disculparnos porque nuestros avances como sociedad han sido lentos, desiguales e insuficientes.
“Paso más hambre en mi casa que en las marchas”, escuché por ahí. Pensemos en los 21 millones de colombianos en la pobreza, en la infinidad de mujeres y jóvenes sin empleo. Hagamos un ejercicio de la imaginación y preguntémonos si nosotros, que vivimos en el privilegio, bien sea heredado o logrado tal vez por una casualidad estadística, no nos sentiríamos parecido si estuviéramos en su lugar. La gota que rebosó el vaso no fue la pandemia, no fue la reforma, sino el ensimismamiento de los líderes políticos y empresariales, que para el resto de los colombianos es ninguneo. “Luchamos para ser escuchados, no por el poder, sino por la dignidad”, alcancé a anotar mientras oía el discurso valiente y dulce de una joven líder.
Te sugiero que instituciones y empresarios nos declaremos en “diálogo permanente”, participemos de conversaciones difíciles y hagamos recorridos improbables. Intentemos afrontar la rabia con ternura. Escuchemos, no para juzgar, criticar o analizar, sino para comprender. De allí surgirán la reparación y la construcción. Usemos el poder sanador del arte: “La transformación del país será a través del arte o no será”, dijo en un encuentro la directora de orquesta Susana Boreal. En la música, en el teatro y en los textos inéditos de los poetas urbanos podrían estar las claridades que se nos escapan a los responsables de gobiernos, universidades, instituciones y empresas. Abramos, por eso mismo, nuestra tertulia, con estos versos de una canción de Calle 13, citados, también, esta semana: “Si quieres cambios verdaderos / Pues camina distinto”
* Director de Comfama