Por LUIS FERNANDO ÁLVAREZ J.
Dice Aristóteles: “Un Estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por una buena ley”. Para Cicerón “Un buen gobierno requiere de una autoridad proveniente del pueblo, ejercido sólo mediante la garantía de la ley y justificación de sus actos sobre bases éticas”.
Desde los clásicos del pensamiento occidental se observa la recurrente preocupación por defender la idea del buen gobierno, mirado el tema desde el punto de vista de las estructuras del Estado, pero fundamentalmente en consideración a las virtudes que debe tener el buen gobernante.
El buen gobierno debe distinguirse por su eficacia, transparencia, rendición de cuentas, participación de la sociedad civil y respeto del Estado de derecho, que permita utilizar recursos para el desarrollo económico y social. De manera que el mal gobierno se caracteriza por los recurrentes problemas y cuestionamientos en términos de responsabilidad y transparencia, falta de claridad en rendición de cuentas, escasa capacidad de previsión de políticas económicas y sociales y ausencia del Estado de derecho.
La finalidad del buen gobierno es: Desarrollo económico, democracia pluripartidista, respeto por los derechos humanos, reducción del gasto militar y equidad socioeconómica. Para que estos objetivos sean posibles se exige una adecuada coordinación entre las entidades, órganos y agencias de la administración mediante la descentralización territorial y la desconcentración funcional, utilizando instrumentos administrativos para impulsar y coordinar la gestión de los sectores públicos y privados, darle fuerza a las organizaciones de la sociedad civil y avanzar en la construcción de capacidades.
Para estos objetivos se requiere del buen gobernante, quien debe destacarse por ser un hombre ético en sentido amplio. Éste, además de las virtudes propias de ser humano ejemplar, debe tener los atributos del buen gobernante: Liderazgo y unidad. En toda sociedad y con mayor razón en una sociedad desarticulada, heterogénea y desigual como la nuestra, la población espera que el gobernante esté en capacidad de ejercer un liderazgo articulador, visible, transparente y dé respuesta en lo económico, en lo social e incluso en lo militar y de seguridad. El buen gobernante debe generar en la población un alto sentimiento de respaldo, respuesta y seguridad, necesarios para cumplir los propósitos de buen gobierno. Si la sociedad, en sus distintos sectores y estratos no encuentra respuestas y un alto grado de cumplimiento, termina por utilizar la calle, es decir, marchas, protestas, bloqueos, más o menos violentos, para hacerse oír. En otras palabras, se pide a “gritos” que el gobernante gobierne y lo haga para todos.
Precisamente, el buen gobernante nacional o local debe buscar unidad y consenso de sentimiento y acciones. Nada más decepcionante que un gobernante sin liderazgo, y nada más peligroso que un gobernante divisionista, que genere sentimientos de choque, de lucha de clases y sectores. Quien así actúa, no es un gobernante, es un sectario que traiciona la voluntad ciudadana.
Qué esperanzas de paz, armonía y desarrollo puede tener una comunidad cuyo gobernante no ejerce liderazgo personal y legal, o no busca unidad sino confrontación