Desde lejos, nuestra historia política este año parece simple: buen tipo promercado pierde, mal tipo gana y vuelve el populismo. No es así. Hasta el voto final en octubre, Argentina en efecto tiene un presidente-electo virtual, el candidato de la oposición Alberto Fernández, y un presidente pato rengo buscando lo que se ha vuelto una reelección poco probable, Mauricio Macri. A diferencia de los líderes que han sido reelegidos recientemente en América Latina, Fernández es un moderado. Pero enfrentará una dura batalla para permanecer así.
Fernández superó inesperadamente al presidente Macri por un margen de más de 15 puntos porcentuales en un concurso preliminar destinado a eliminar a los candidatos menos populares. (Además de Fernández y Macri, cuatro políticos se han calificado para competir en la votación de octubre). El compañero de fórmula de Fernández es la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que ha generado preocupación por el regreso de los llamados populistas. quienes dominaron a Argentina hasta 2015.
Pero Fernández y Kirchner no son una misma persona. Argentina es un sistema presidencial fuerte. La persona en esa oficina tiene un amplio margen para superar los controles institucionales y políticos. Fernández es un pragmático cuyos principios políticos se inclinan hacia el centroizquierda, y no tiene reparos a la hora de elegir las herramientas políticas para perseguirlos. Se jacta de que cuando se desempeñó como jefe de gabinete durante la presidencia de Néstor Kirchner, el difunto esposo de la señora Kirchner, el país disfrutó de cinco años consecutivos de superávit fiscal. Pero durante su mandato, el país rechazó al presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, y puso fin a un plan para crear un área de libre comercio para el continente, en alianza con el venezolano Hugo Chávez y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
Si la presidencia de Fernández ha de tener éxito, tendrá que decepcionar tanto a la derecha como a la izquierda. Dados los gigantes problemas con la economía, la pregunta es si podrá permanecer un centrista. Desde una corrida de divisas con el peso en abril de 2018, Argentina ha sido uno de los eslabones más débiles de la economía global: el peso se ha depreciado 67 % y el país se encuentra en su segundo año de recesión. El FMI extendió el paquete financiero individual más grande que se haya dado a un país. La deuda externa excederá el 100% de su PIB anual para fin de año y la tasa de desempleo aumentó al 10 %. Más de tres de cada 10 argentinos son oficialmente pobres.
Fernández sabe que para cumplir su vaga promesa de campaña de “reactivar la economía” tendrá que alinear la mayor cantidad de apoyo posible, tanto en el país como en el extranjero.
Argentina tiene una historia de crisis económicas que atormenta al público y asusta a los inversores. Los mayores de 40 años han vivido al menos dos de ellas: hiperinflación en 1989 y congelamiento de cuentas bancarias y el mayor incumplimiento de la deuda soberana en la historia a fines de 2001. El país también tiene una historia de caos político, incluido el terrorismo de guerrilla y una brutal dictadura militar durante la cual miles de ciudadanos “desaparecieron” en la década de 1970. Pero incluso con el caos recurrente y la inhabilidad del liderazgo de entregar resultados económicos, este año el país alcanzó 36 años de democracia ininterrumpida y su establecimiento político se sigue reinventando.
Fernández es un resultado de esa reinvención. Con la economía hecha jirones, la política se dirigía hacia una polarización de los extremos entre el titular Macri y Kirchner, o el surgimiento de un inconformista de afuera.
Fernández criticó ferozmente el segundo período de Kirchner, desde 2011 hasta 2015, y ha dicho que no liderará un regreso al pasado. Sin embargo, la dominante facción Kirchner dentro del partido podría intentar empujarlo hacia la izquierda.
La coalición que lidera trabajó bien en la campaña antiMacri, pero sería puesta a prueba en una presidencia. Tendrá que construir puentes sólidos con jugadores a quienes los seguidores de Kirchner consideraban “enemigos del pueblo”, incluyendo empresas, Wall Street y la Casa Blanca. Su habilidad para resistir el canto de sirena del populismo dependerá en gran parte de su habilidad inmediata para sacar la economía de la tormenta.
Los socios internacionales del país tienen un gran papel a jugar. Lo primero que el próximo ministro económico tendrá que hacer es renegociar los términos de los préstamos del FMI, los cuales Argentina probablemente no podrá pagar de aquí al final de 2023. El FMI podría sentir que tiene que ser más duro con Fernández que lo que fue con Macri, pero a riesgo de alienar a su principal deudor. Lo mismo se aplica a la administración Trump, que apoyó a Macri pero cuenta con Argentina como un factor estabilizador en una región que corre el riesgo de perder el rumbo. El próximo presidente caminará sobre una cuerda floja. Es posible que necesite una red de circo.