Por Luis Carlos Villegas E.
La democracia, la libertad económica y el Estado Social de Derecho se han conjugado desde finales del siglo XX para lograr que, en medio del más importante avance tecnológico, más seres humanos, más familias, accedan a niveles de vida dignos.
Hasta principios del 2020 teníamos la más amplia proporción en nuestra historia de la llamada clase media, personas y familias que tienen acceso a bienes públicos y a ingreso suficientes para satisfacer sus necesidades básicas de manera digna. Es la clase media, y su crecimiento o reducción, la que guía el consumo y por ende interviene en el proceso de crecimiento o no de los países. Es el motor de la participación ciudadana, de las elecciones, de la protesta, del reclamo, de la reivindicación, del cambio, de la modernización; lo ha sido de la revolución, cuando aparecen líderes populistas, ideologizados y sobre todo extremos y de buena labia, en medio de debilidad institucional del Estado. Y sobre todo, es esa masa media la que permanentemente está advirtiendo a los gobiernos: “Ojo que no permitiré que mi familia ni yo regresemos a la pobreza”.
En Colombia, la pobreza en 2012 cubría a 41 de cada 100 colombianos. En 2018, esa cifra había bajado a 34 pobres por cada cien habitantes. Relativamente, la clase media pasó de 57 ciudadanos por cada 100, a 63 en el mismo tiempo. El camino estaba trazado; la institucionalidad parecía funcionar; el consumo hacía crecer la inversión para producir más y el empleo se mantuvo en un dígito. ¿Qué pasó en 2019? Pues subió un punto la pobreza, de 34 a 35 %; ese punto porcentual proviene del descenso de personas de clase media vulnerable, a pobres. Esa sola noticia debió prender las alarmas del sistema. No estábamos en pandemia; no había cuarentenas, ni cierres.
Ahora, con la covid sin fin, las perspectivas son mucho peores: si los que regresaron a la pobreza fueron quinientos mil el año pasado, sin pandemia, los que posiblemente se devuelvan a la pobreza, este año, ¡serán tres millones de colombianos! Las poblaciones de Medellín y Barranquilla combinadas; equivaldría a perder el logro de cuatro años de mejoría en la lucha por la dignidad y contra la pobreza, que tan exitosamente se había adelantado en las dos décadas pasadas, con especial suceso en la administración Santos. Y podría seguir empeorando durante dos o tres años más, si no se hace nada adicional.
El covid escondió con su manto masivo, terrible y global, un deterioro social que ya se venía dando desde el año pasado y al cual no se le dio la trascendencia necesaria. Descaecimiento social en el 2019, sumado a deterioro pandémico grave en el 2020, son una mezcla inflamable de cara a la estabilidad de nuestra democracia y de nuestra economía en los años venideros.
En lo que resta del gobierno Duque, la liquidez a las empresas para mantener el empleo debe seguir fluyendo sin limitación; y los subsidios directos a los más pobres y vulnerables seguir llegando periódicamente, hasta que estos indicadores muestren alguna mejoría. Quedaron atrás los temores al déficit público, o a la pérdida del grado de inversión. Ahora lo que está por perderse es la democracia, la libertad económica, la integridad como nación y la paz. Hay que retomar un camino no polarizado de avance social.
(Colprensa)