“‘Soy feminista porque hoy es lo que vende’. Creo que esto es mucho peor que no ser feminista”. Este trino, de la poeta venezolana María Verónica Gibbs, no es un juego de palabras ni un contrasentido, sino una manera de expresar que el respeto por la mujer no es un asunto de moda, sino una invitación a reflexionar y a tomar posiciones equilibradas en beneficio de ambos sexos.
El feminismo nació formalmente a finales del siglo XVIII como una doctrina y un movimiento social para exigir el reconocimiento de las capacidades y los derechos de las mujeres, tradicionalmente reservados para los hombres.
En Colombia, que todo suele llegar muy tarde, solamente en la primera mitad del siglo veinte se le reconoció a la mujer el derecho a manejar su patrimonio personal; a recibir educación universitaria y el título profesional respectivo; y a poder elegir y ser elegida en los comicios electorales. Estos logros no fueron dádivas gratuitas que les concedieron la sociedad ni el Estado, sino el fruto de luchas activas de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos. Después llegó la píldora anticonceptiva, y los movimientos mundiales por la Liberación Femenina terminaron con la concepción atávica de que los derechos eran del hombre y las obligaciones solamente las tenía la mujer. Así se empezaron a equilibrar las cargas cultural, social, política y legalmente.
Todavía hay rezagos de machismo, pero me parece que hoy la sociedad y la mayoría de los hombres les reconocen a las mujeres sus derechos y se los respetan. Lo que no puedo entender es que esta caminata, ardua y pedregosa, haya derivado en odio por los hombres, como lo dejan ver las feministas radicales y las que se hicieron militantes por moda. Sé que me van a despellejar viva, pero me parece que muchas mujeres confunden el respeto por sus derechos con el irrespeto por la dignidad del hombre, a quien no ven como un semejante sino como un enemigo a muerte. Interpretan y practican el feminismo casi con animadversión por lo masculino, y de esto no se escapa ni el lenguaje, que quieren acomodar a su antojo para sentir que existen. No, “amigues”, hombre no es igual a macho, violador, asesino ni acosador. Los extremos y las generalizaciones suelen ser viciosos y muy dañinos.
Coincido con el historiador Ricardo Zuluaga Gil, que dice: “Hace sesenta años no se reconocían los derechos de la mujer. Hoy no se reconocen los derechos del hombre. Es de esperar que en un futuro ese péndulo alcance el equilibrio en el justo medio”. De acuerdo. La tendencia tiene que ser al equilibrio, mientras seguimos derribando las barreras sutiles y la desigualdad salarial.
No se trata de soplar para que los hombres pasen, pero tampoco de odiarlos, vetarlos, juzgarlos y condenarlos, solo por ser hombres, mientras se buscan likes en las redes sociales.
Mujeres y hombres tenemos la misma dignidad, los mismos derechos y los mismos deberes. Por tanto, merecemos el mismo respeto. Entenderlo y practicarlo debería ser un principio simple de convivencia en armonía.