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David E. Santos Gómez
Columnista

David E. Santos Gómez

Publicado

No es una plaza pública, es un paredón

Kanye West, el rapero que ahora se hace llamar Ye, lleva meses de declaraciones dementes. Delirante hasta lo impensado, el músico ha reivindicado el nazismo, se ha burlado del movimiento Black Lives Matter y ha emitido un rosario de frases antisemitas. En medio de todo este torbellino trastornado al ex presidente Donald Trump le pareció una buena idea cenar con él (al fin y al cabo, West es uno de sus más conocidos admiradores), lo que en últimas significó un inmenso dolor de cabeza para el republicano tras las furiosas críticas de algunos de sus partidarios. Pero el desastre no paró ahí. El jueves el artista dio una polémica entrevista en la plataforma de extrema derecha InfoWars y soltó una bomba: “me gusta Hitler”, dijo. Y para ver el mundo arder tuiteó una imagen de una esvástica entrecruzada con la estrella de David. Para el nuevo dueño de Twitter, Elon Musk, el trino fue demasiado y decidió suspenderle la cuenta a West.

La decisión de Musk -otro multimillonario cuyos delirios tienen al mundo de la política estadounidense con los pelos de punta- bien vale la pena para una pequeña reflexión sobre los alcances de la supuesta libertad absoluta de expresión que pretendía imponer el magnate una vez se hiciera cargo de la red de microblogging. El nivel de libertad en Twitter es medido con un termómetro personalista y caprichoso cuyos parámetros fija Musk y que no siguen ninguna lógica. Él define cuándo un tuit ha cruzado la frontera de lo permitido.

Le de West fue tan público y tan trastornado que la cuenta tenía que ser suspendida. Sin embargo, discursos de odio como el que emitió el rapero pululan en Twitter y, para mayor angustia, desde que la red está en manos de Musk, han aumentado considerablemente. Según un estudio del Centro para Contrarrestar el Odio Digital (CCDH por sus siglas en inglés), en las últimas semanas se han disparado las ofensas contra minorías en esa red. Para poner un par de ejemplos: antes del arribo de Elon Musk el promedio de trinos que insultaban a personas negras era de 1.282. Hoy el número subió a 3.876. Los contenidos antisemitas, por su parte, han crecido más del 61 por ciento, según el mismo estudio. Ni qué decir del incremento de ofensas a homosexuales.

La cuenta de West fue cancelada porque es una persona reconocida, pero actitudes despreciables como la suya no son una rareza. Los extremistas encajan bien con el plan de negocio que tiene Musk para Twitter, que se esconde en una supuesta libertad absoluta para impulsar sus ideales perniciosos. Y para ganar plata. Porque no hay que llamarse a engaños. Twitter es, ante todo, una empresa. No es, como muchos proclaman, una plaza pública para el debate. Es un paredón en el que de un lado se expresa odio y del otro se lapida al contrario.

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