Por Dora Cecilia Suárez Isaza - opinion@elcolombiano.com.co
No hay tiempo para pensar... Dejamos que otros piensen y elijan por nosotros.
No hay tiempo para hacer cambios... Esperamos que el nuevo gobierno los haga.
No hay tiempo para vivir... Nos gastamos nuestro tiempo en mirar fuera de nosotros, para criticar o envidiar cómo viven los otros.
No hay tiempo para cuidar nuestro cuerpo... Nuestro tiempo se va en entregarnos como un animal que hiberna a la espera del verano soñado en el cual todo será abundancia y gozo.
No hay tiempo para ponernos de acuerdo en un diálogo abierto, sereno y generoso... Nuestro tiempo y toda nuestra energía se nos van en demostrar que el otro es el equivocado.
No hay tiempo para evaluar las propuestas de los candidatos y elegir con consciencia como seres individuales pensantes... Nuestro tiempo se va en permitir que esos “otros” que nos “conducen” con su pretendido “conocimiento” terminen usurpando nuestro derecho a elegir y ser elegidos.
No hay tiempo para amar, para convivir con los que nos son más cercanos, la familia, con todo lo que esto involucra... Nuestro tiempo se va en relacionarnos por las redes sociales con esa otra imagen que, como la propia, puede no ser más que una fantasía soñada.
Nuestras horas se van yendo como una danza macabra hacia la muerte de lo único que nos es cercano: Ese “otro” que puede ser el transeúnte que nos da espacio en la calle, ese compañero que tal vez no necesita de nosotros más que nuestra comprensión y respeto por la diferencia, ese miembro de la familia cercana que solo necesita nuestro abrazo.
Tenemos tanto afán de llegar a donde “se supone” que debemos llegar, para integrar ese grupo social al que “creemos pertenecer”, pero estamos tan imbuidos en nuestra propia imagen que terminamos haciéndonos tránsfugas de nosotros mismos