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David E. Santos Gómez
Columnista

David E. Santos Gómez

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No se le cree a nadie

Por David Ernesto Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

Hay una rabia contenida que pide salir. Un descontento generalizado por la forma en cómo van las cosas. Un descreimiento y un desinterés que llevan, cuando hay llamado a las urnas, a la elección de discursos radicales que, con frecuencia, se cargan de odio e individualismo. No es una opinión. Es un hecho. Dice la ONU que atravesamos una crisis de confianza profunda, a nivel global, por los gobiernos que hoy navegan el mundo de la post pandemia. Las manifestaciones aumentan, la paciencia se agota, los jefes de Estado no encuentran solución y se ven sobrepasados para contener esa olla a punto de volar por los aires. “El aumento de movimientos y protestas sociales, en todas las regiones, es una clara señal de la corrosividad de las instituciones que supuestamente sirven a la gente”, dijo hace unos días el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos, Volker Turk.

El desastre no se limita a la región o al hemisferio. Es un asunto mundial. Los bucles de corrupción en los organismos que pretenden ser pilares democráticos arrastran con la poca certidumbre que queda. El resultado es un creciente y pavoroso discurso que aplaude formas de gobierno autoritarias, que ve con buenos ojos los abusos de Trump o de Bolsonaro o de Bukele. El aislamiento violento que, para desgracia social, ve siempre el problema en el otro al que hay que callar. Erradicarle la voz. Para algunos incluso, quitarle la vida.

Nosotros y ellos es la división simple sobre la cual se sustentan los problemas más profundos de la política contemporánea. El pavoroso eslogan que grita escupiendo baba de ira que “los buenos somos más”. En ese corte burdo y generalizador, las minorías quedan, continuamente, en el campo de los olvidados y sus reivindicaciones son aplastadas. Lo dice también la ONU: en este cataclismo los que sufren más son las mujeres, los indígenas, las personas Lgbtiq+, los que migran. Los niños. Los pobres.

Habría que preguntarse frente al diagnóstico y la queja, cuál es el antídoto. ¿Existe alguno? Naciones Unidas dice, con un discurso que se mueve entre la ambición y la utopía, que es necesaria una mayor responsabilidad de los Estados y un “mayor valor político” de los funcionarios que los rigen para tratar las desigualdades que fracturan a la sociedad y que son el germen de la desgracia. Suena raro, al menos en un mediano plazo, que la transformación que se espera sea incubada por el objeto sobre el cual se descree. El cambio podría venir, aún a pasos pequeños, por la reflexión individual y la responsabilidad propia en las decisiones cotidianas. En el ejercicio de la política responsable cuando hay que tomar medidas conjuntas. Hay que construir desde el pequeño resquicio de esperanza que queda. No se puede hacer borrón y cuenta nueva en ciclos cortos. El resultado es peor. El ejemplo más certero hoy es Perú .

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