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No sigan burlándose

Por anacristina aristizábal uribe

anacauribe@gmail.com

No sé cuántas veces he recibido por redes sociales un irónico mensaje “Para los hijos, sobrinos, etc.” que están “muy identificados con las marchas y los cacerolazos, que los papás que les han dado colegio privado, vacaciones en el exterior, ropa, casa y universidad, han decidido donar al Estado todo eso, al morir, para hacer realidad sus sueños”. Es una burla a los jóvenes marchantes de familias acomodadas que por estos días salieron a las calles a protestar. ¿Por qué criticar la solidaridad y empatía de unas personas que, a pesar de que lo han tenido todo, entendieron que hay un altísimo porcentaje de la población colombiana que no ha sido tan privilegiadas como ellas? ¿No es, pues, un profundo mensaje humano la capacidad de ponerse en los zapatos del otro?

Jóvenes que se dieron cuenta de las desigualdades de su país y ahora son conscientes de que no todos son tan privilegiados como ellos y que, si no es por la ayuda del Estado o alguna beca ya, tendrán que esperar 300 años para salir de pobres, como dijo la OCDE.

Aunque los noticieros mostraron más los vándalos y los atranques de tránsito, gracias a las redes sociales se pudo ver, también, la otra cara de las marchas. No se puede negar que la inmensa mayoría estuvo allí pacíficamente bailando, cantando, danzando, haciendo coreografías con la justa razón de llamar la atención. Sí: muy molesto que se perjudique el tránsito. La cosa es que hace mucho rato se habla de la inequidad y aun así se extiende la sordera de los gobernantes. Y si siguen sordos, la gente seguirá manifestándose a ver si algún día los gobernantes entienden y actúan.

Lástima que las noticias inclinan la opinión hacia lo negativo, haciendo perder fuerza a las razones de la gente en la calle. Fenalco calculó en $50 mil millones diarios las pérdidas para los comerciantes. Recuerden que en 2017 se supo que la corrupción en Colombia ha robado $50 billones del presupuesto público (serían 1.000 días de paro). Esta es solo una de las razones para protestar. Quizá poniendo el grito en el cielo, el país despierte de su egoísmo e indiferencia. No se burlen de los que fueron capaces de ir a la calle a manifestar solidaridad con las causas de los menos privilegiados, a pesar de los riesgos que corren.

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