Viví en México en 1999. En esa época el ambiente del país pintaba como el de Colombia en pleno dominio del narcotráfico. La diferencia: no estallaban bombas ni mataban policías. Los mexicanos no se daban cuenta. Por el contrario, se burlaban de mí: “pablito”, “metrallo”, decían.
No quedaba otra que aguantar y tolerar. Pero la realidad era otra. En la ciudad donde viví el asedio de los carteles estaba a flor de piel y se cuchicheaban frases como “ese es narco”, al referirse a los que pasaban por ahí en camionetas estrambóticas con un estilo llama-la-atención que ni en Colombia se veía. México, no te vayas a rajar, porque se está cocinando algo feo. Ese era mi pensamiento.
Sin ser gurú, atiné. Hoy México tiene un problemota, que marca incluso su inviabilidad como sociedad. El país está sometido al poder narco, cosa que quedó confirmada el jueves pasado en Culiacán, cuando el ejército tuvo que dejar en libertad al hijo del Chapo Guzmán por la presión de los pocos mansos trabajadores del cartel de Sinaloa. Un día de terror y una vergüenza de talla mayor para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, quien usó la carta de lucha contra el narcotráfico para salir electo, proponiendo una política de no confrontación sin dimensionar que la cosa ya estaba peluda con toda.
Lo que pasó con el hijo del Chapo no fue algo aislado. Fue la confirmación de que los narcos hace tiempo hacen lo que quieran con México para lograr control de cada espacio del país. Días antes, el cartel Jalisco Nueva Generación, una de las cinco organizaciones criminales más peligrosas del mundo, según la DEA, masacró a 13 policías en Michoacán. Con muertos por aquí, desaparecidos, descuartizados e incinerados por allá, los mafiosos le han dicho al mundo entero que van a la conquista de su tierra. 100 muertos al día dan cuenta de lo crítico que es el asunto.
México necesita implementar un proyecto inteligente de seguridad nacional, ajustado al Estado de Derecho, donde no se escatimen esfuerzos para volver a agarrar la sartén por el mango, la misma que se cedió hace muchos años cuando dejaron crecer al enano. Un proyecto que no se quede en el amor y el romanticismo de la abrazoterapia que López Obrador quiere entintarle a la solución, porque ahí sí que se desestima la gravedad de hechos como los de Culiacán. Aquí, en Colombia, ya vivimos algo similar durante la época en la que Pablo Escobar tuvo al borde del sometimiento al país. México no se merece lo que está viviendo. Es un país muy valioso, gran nación, rico en todo sentido, pero hoy su futuro está comprometido, así es que no te rajes México, no te rajes.