Existen formas de avanzar como sociedad, y una de ellas es encontrar puntos comunes construyendo acuerdos sobre lo fundamental y tomando decisiones para que nuestras acciones nos lleven a tener un mundo mejor. Así interpreto los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). Son un plan común entre 193 países del mundo para erradicar la pobreza, proteger el planeta, propender por la sostenibilidad en términos ambientales y garantizar la paz y la prosperidad.
Fue en el año 2012, en el marco de la conferencia de las Naciones Unidad sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada en Río de Janeiro, que nacieron los 17 ODS que plantean metas a 2030 para los desafíos ambientales, políticos y económicos que hoy enfrentamos. Han sido muchos los avances desde que fueron creados al entender que como humanidad enfrentamos problemas comunes, sin importar naciones ni fronteras. Se venían haciendo esfuerzos para poner fin a la pobreza y al hambre, alcanzar la igualdad de género, mejorar los servicios de salud, garantizar acceso a la educación con calidad, tener agua limpia y saneamiento, trabajo digno... en síntesis, apuntarle a reducir brechas de desigualdad.
También hay que mencionar que los ODS son un “grito” y un llamado urgente para que como sociedad comprendamos y actuemos de manera consecuente a la amenaza del cambio climático.
Mientras avanzábamos en este camino, la pandemia del covid-19 interrumpió con fuerza muchas de estas acciones e hizo que en muchas de las metas, especialmente en términos sociales, se generara un retroceso grande. Esto significa que la pandemia genera un punto de inflexión en la implementación de la agenda 2030 definida por la ONU. Ejemplo de ello es que, de acuerdo al análisis de muchas naciones, la pandemia ha generado un retroceso en términos de superación de pobreza superior a los 15 años, lo cual quiere decir que muchos de los avances logrados durante este siglo XXI se han perdido y que con más fuerza deben ser recuperados y generar un nuevo y gran impulso.
Para terminar de comprender bien estos efectos en términos económicos y sociales, quisiera exponer algunas cifras muy relevantes y reveladoras: según el Banco Mundial, 49 millones de personas en todo el mundo podrían volver a la pobreza extrema. Y solo en América Latina, 215 millones de personas (casi el 35 % de la población) quedaría en situación de pobreza extrema, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
En ese sentido debemos entender que justamente los ODS son una herramienta magnífica y clave para recuperarnos de los efectos económicos y sociales que nos deja la pandemia. Son un buen insumo para la estrategia poscovid-19. Pero también es una realidad que de haber avanzado más rápido y de mejor manera en la implementación de los ODS, hubiéramos estado mejor preparados como humanidad para enfrentar las consecuencias de todo esto. Así lo advirtió la principal autoridad de Naciones Unidas para el medio ambiente (PNUMA). Y todo esto tiene mucho sentido, pues si el mundo tuviera mejores sistemas de salud, menos desigualdad y por ende menos personas en condición de pobreza, tendríamos sociedades más fuertes y más preparadas para afrontar estas crisis.
Dicho esto, podemos concluir que no solo es oportuno, sino urgente actuar de manera inmediata. Es una oportunidad para todos. Y hago un llamado para que los ODS no solo sean liderados por los jefes de Estado de las naciones, sino también por los líderes locales y regionales. Las ciudades son los motores económicos y sociales de los países, y sin el compromiso de todos será imposible lograr las metas y, por ende, incluso más difícil disminuir los niveles de desigualdad y pobreza .