Por Carlos Alberto Giraldo M.
La información es un bien público. Es decir, no es propiedad de los periodistas ni de los medios. Es un patrimonio de las audiencias, no importa que pase por las manos y criterios de empresas privadas. Varios medios de información decidieron publicar escuetísimas reseñas sobre la muerte de uno de los sicarios del desaparecido Cartel de Medellín, que confesó en repetidas oportunidades su participación en magnicidios y otras atrocidades que lesionaron gravemente a la sociedad antioqueña y colombiana.
¿Se debía informar, o no, con algún despliegue significativo, debido a una enfermedad terminal, la muerte del temido exjefe de sicarios de Pablo Escobar? Algunos lectores saludaron la decisión de varias empresas periodísticas de mencionar el hecho muy marginal y brevemente.
He creído que estas actitudes “vergonzantes”, en términos informativos, son dañinas. El primer principio es recordar que todo se puede decir y comunicar en los medios, el asunto está en preguntarse ¿cómo? ¿Qué tratamiento darle a una noticia como el fallecimiento de un asesino a sueldo que militó en el brazo armado de uno de los narcotraficantes -sino el más- sanguinarios de la historia?
Como lector, sentí un vacío informativo, como periodista me vi abocado a la larga reflexión sobre decisiones referidas a informaciones relacionadas con la criminalidad fecunda en un país de mafias.
La historia tremenda y terrible de “Popeye”, en las pocas líneas de varios medios informativos es desconcertante. Nos chupa la posibilidad del sano juicio.
Un asesino de semejante laya no merece un artículo periodístico en el tono de una biografía apologética. Demanda un perfil crítico, con todos los matices y fuentes posibles, que permita entender a los colombianos de hoy por qué es necesario condenar, rechazar y excluir de nuestros patrones de valores y comportamientos a personajes de semejante talla criminal.
El silencio, la omisión o la extrema brevedad, no ayudan a la comprensión de un fenómeno tan dañino y tóxico como lo fueron Pablo Escobar y sus socios del cartel (Los Ochoa, Gacha, Leder, Gustavo Gaviria y sus antagonistas del Cartel de Cali, los Rodríguez Orejuela).
Es mejor una memoria amplia, pero crítica, que derrumbe modelos y estereotipos, que la amnesia y la lavada de manos que el poeta Gonzalo Arango describía con “jabón pilatos”. Espectros como el de Popeye, que ya no se volverá a morir, es mejor enterrarlos con una información oportuna, comprensiva, si se quiere iconoclasta, que permita desmontar antivalores, y borrar y desvanecer, sin ocultamientos, el rastro de asesinos que, como Popeye, merecen el discurso informativo de la comprensión crítica, pero no el silencio de una sociedad llevada por los pudores y prejuicios de su dirigencia y sus medios.