Por Agostinho j. Almeida
La forma en que nos comunicamos ha evolucionado durante la última década y la manera en que aprendemos, enseñamos, trabajamos, o jugamos debe seguir adaptándonos a esta realidad siempre cambiante. Ante la necesidad de trabajar de forma remota debido a la pandemia, nos ha tocado centrarnos mucho más en la comunicación verbal, ya sea escrita o hablada, un gran desafío para muchas personas, yo incluido. El liderazgo y la negociación han requerido el desarrollo de nuevas habilidades y la forma en que se transmite el mensaje parece a veces más importante que el mensaje en sí. Debo confesar que no soy fanático del trabajo remoto y que extraño profundamente la interacción presencial con amigos y colegas como parte de mi propia manera de comunicar. A veces se torna difícil interpretar las reacciones y sentimientos de las personas sin analizar las expresiones faciales y el lenguaje corporal (y no, ver a las personas a través de cámaras web no es lo mismo).
Durante los últimos años, he trabajado en el sector público y he tenido que aprender, con mucho aprendizaje en el camino, que el sistema se basa más en el control y la vigilancia que en la confianza o la buena voluntad para que las cosas pasen. Creo que todos reconocemos que esa es la realidad en que vivimos, pero vivirlo a diario y tener que gastar el 60 % (o más) del tiempo en estos temas es demasiado. Muchas veces he escuchado la expresión “no se puede hacer” o “según este documento no es posible” o “no es nuestra responsabilidad porque no está en blanco y negro”; en el fondo, parte de las habilidades de comunicación es identificar una manera que se adapte a las necesidades de las partes interesadas. Y a decir la verdad, a menudo sí somos capaces de encontrar una solución permitiendo entonces centrarnos en lo que es realmente importante. Pero en la situación actual, en la que la comunicación y comportamientos están cambiando, esto se ha vuelto cada vez más difícil hasta el punto de sentir que muchas veces luchamos contra “molinos de viento” e invertimos demasiado esfuerzo y tiempo con la debida diligencia administrativa y legal cuando deberíamos enfocarnos en el impacto que queremos lograr. Sobre todo, porque esto afecta a las personas y potencialmente genera atritos en las relaciones; más aún cuando la cuarentena está comenzando a tener un alto costo social y psicológico.
Mientras discutía esto con una amiga muy cercana, ella mencionó la expresión “usar palabras bonitas”. Curiosamente, se refirió no solo a las palabras en sí mismas, sino más bien al concepto de que cualquier mensaje siempre debe ser bien intencionado, pero de doble vía: es decir, tanto del que habla como del que escucha. Aunque sencillo, es un mensaje poderoso; y muy relevante pensando en los valores clave para el desarrollo de las relaciones, sean personales o profesionales. Ya es hora de actuar de forma diferente, centrarse más en ser humano y comprender las creencias y necesidades de las personas. En el centro de cualquier buena comunicación están respetar, escuchar, cultivar confianza y ser amables, porque los seres humanos con los que nos cruzamos a diario seguramente estarán librando su propia batalla.