El editorial de este periódico el pasado jueves, “Adopte a un no vacunado”, me llevó a preguntarme a renglón seguido: ¿Y cómo hacerlo sin morir en el intento? Porque los negacionistas y los antivacunas parecen estar hechos del mismo material: Son tercos, agresivos, hirientes. Los otros somos indignos de exponer nuestros puntos de vista, por borregos y por ignorantes.
Sus argumentos, que repiten con aires de superioridad intelectual, son siempre los mismos:
“Eso no existe. Eso es mentira”. Les valen huevo los más de cinco millones de muertos en el mundo, incluidos los suyos, porque creo que ningún alma ha pasado por esta pandemia sin llorar a un amigo, a un familiar o a un conocido.
“Para qué vacunarse si existe el dióxido de cloro”. Estos oídos todavía me duelen cuando recuerdo a un médico de nuestra ciudad alabando y avalando este “remedio” en un noticiero matutino regional, a pesar de que, desde los inicios de la pandemia, diversas organizaciones, como la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) y la Organización Panamericana de la Salud, advirtieron que era peligroso y desaconsejaron su uso. Meses después, los oyentes del noticiero conocimos la triste noticia de la muerte del director, víctima de covid-19, cuyo tratamiento puso en manos del mismo médico. No lo supero.
“La vacuna es un instrumento de dominación”. El peor argumento. Sin comentarios.
“¿Y esas vacunas por qué las hicieron tan rápido? ¿Ustedes saben qué les están metiendo en el cuerpo?”. Cada una de las vacunas ha sido sometida a un proceso de cuatro fases en las que se prueba la respuesta inmunológica, la seguridad y los efectos adversos, primero en un grupo pequeño de personas, muestra que va aumentando en cada fase. Lejos de ser un experimento, es un aporte maravilloso de la ciencia en tiempo récord que millones y millones de “brutos” hemos recibido como el regalo de la vida, por lo menos en este siglo.
“Para qué vacunarse si eso no evita el contagio”. Cierto. No lo evita, pero sí evita la enfermedad grave y reduce la posibilidad de muerte entre el 98 y el 100 %. De hecho, señalan las entidades hospitalarias, quienes llegan contagiados y necesitan atención en una UCI no estaban vacunados.
“Mi cuerpo, mi decisión”. Según los antivacunas, nadie puede ser obligado a vacunarse, y, de hecho, hasta ahora nadie lo es, pero la presión social, que busca el bien general sobre el particular, apunta hacia allá. Sé de personas que han preferido renunciar a su trabajo antes que presentar un carné de vacunación. Y sé de relaciones rotas, peleas y conflictos graves entre pro y antivacunas.
A mí me parece muy difícil adoptar a un no vacunado, la verdad. A los que se siguen negando, con todo el amor les comparto las palabras del doctor Antonio Damasio, neurocientífico, en una entrevista en El País, de España: “Si sabes que existe la posibilidad de que mueras y aun así decides no vacunarte, es que eres irracional o directamente estúpido. No hay vacuna para la estupidez”