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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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Para qué esta vida

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Yo tengo lecturas que en los días aciagos me dan aliento, literalmente hablando. Me hacen pensar que la existencia es un juego y nosotros no somos más que un instante condenado a comprender ese juego que puede ser muy doloroso, injusto, desconcertante. También podemos no comprenderlo e imaginar que todo está perdido, que estar aquí y ahora es la mayor desgracia de todas. Yo no creo eso, incluso suelo hasta imaginar que las rabias y las lágrimas que nos quitan la corrupción, las muertes que nos desgarran, (desde luego no las quisiera), se dan como parte de ese juego macabro y extraño llamado existencia.

Por eso cuando todo pinta muy mal, me gusta regocijarme en lo que da vida, o en lo que nos demuestra que estamos vivos, me gusta pensar en los sentidos, en recordar para qué sirven y qué se logra con ellos. Bajo la idea de esas sutilezas vitales vuelvo a conectarme con lo suficiente. ¿Y qué es lo suficiente? Diré que es despertar y sentir las texturas de la vida, repetirme una frase que me gusta ante la amargura de futuros inciertos: Qué bueno que hoy es hoy.

Cierro los ojos, afino el sentido que más mal me funciona, exhalo el poco aire que me queda y luego inflo mis pulmones con todo el ambiente. Lo retengo. Lo siento palpitar en el centro de mi cuerpo, voy viendo como dentro de mí aún no se van el montón de cosas que me han enseñado esta vida, los demás, los que siguen creyendo, los que saben gozar con lo significativo. Por eso vale la pena seguir viviendo, buscando formas para no sentirnos derrotados.

Trato de entender mi juego, los días que me quedan, esté donde esté y esté como esté, solo así sentiré que haber vivido lo vivido ha sido suficiente y maravilloso. Y si vivo aún más, muchos o pocos años, no quiero dejar de seguir creyendo que lo que nos salvará será confiar en el otro, las veces que sea necesario, escucharlo mejor, hacer algo por él, intentar reemplazar la angustia por un poquito de amor, entregarle una palabra que le recuerde que en todos los tiempos algo se ha perdido, pero mucho se ha ganado. A veces no sabemos si en nuestro paso gozamos lo que los demás hicieron por nosotros o padecemos lo que nuestros ancestros no asumieron. Salgo a caminar y apenas giro en la esquina de este país que duele tanto, recuerdo las palabras de Bertrand Russell: “Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro”, pero sigo creyendo que todavía puedo hacer algo

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