Hace ya casi dos años regresé al país con una oferta clara: trabajar en un colegio bueno y dividir mis días entre la comunicación, el periodismo y las clases. Me alegró saber que volvería a escribir en tableros y vería niños corriendo en el recreo. Mientras miraba con emoción la nueva etapa, algunos amigos que trabajan en medios de comunicación o en empresas me preguntaban: “¿Y no prefieres entrar a la redacción del periódico...? ”, “ojalá pudieras aplicar a ese nuevo puesto en...”
Para muchas personas, ser profesor en Colombia no está asociado con el prestigio y es un oficio al que muchos le huyen porque buscan reconocimiento social a través de otros cargos, quieren dinero fácil o no tienen la vocación y paciencia necesaria para trabajar con niños o jóvenes.
El reciente paro de maestros evidenció varias realidades: aunque se diga lo contrario, los profesores aún no son vistos como protagonistas o prioridad en la construcción de país. Es cierto que sus exigencias salariales implican un gran desembolso y afectan el presupuesto nacional pero solo es necesario conocer las amplias nóminas de algunos ministerios o dependencias, ver algunos eventos organizados o saber sobre los servicios de asesores contratados como -el caso de Tony Blair es uno-, para darse cuenta que el dinero se administra y distribuye de formas variadas y diferentes.
Las garantías que se dan a los maestros en los colegios públicos no corresponden en muchos casos con su nivel de esfuerzo. Uno escucha historias como la de una profesora de escuela rural y con salario bajo que en sus horas libres, enseña a sus niños un segundo idioma porque cree que eso ayudará a sacarlos de la pobreza. A veces los recibe en su casa, los fines de semana o después del colegio ante la falta de un profesor de inglés donde trabaja. Y así hay mil casos.
La poca valoración que se da en algunos sectores a los maestros no es algo exclusivo de este gobierno. Viene ocurriendo desde décadas anteriores. Incluso algunos expertos afirman que desde la década de los setenta, empezaron a ser disminuidos progresivamente sus beneficios laborales.
Por otro lado, las facultades de educación comenzaron a crear licenciaturas variadas que eliminaron la figura de aquel maestro que dominaba muchos saberes y profundizaba. En estos programas también comenzaron a matricularse personas que buscaban un trabajo estable y no veían su oficio como vocación. Incluso ahora no es de extrañar que haya abogados o gente de otras profesiones trabajando en colegios al quedarse sin trabajo y que enseñan sin tener la pedagogía, cultura general o entrega que da la vocación.
Ante este panorama: ¿para qué ser “profe” en Colombia? Las respuestas son variadas: para tener la satisfacción de ayudarle a niños y jóvenes, inspirar en la libertad y sueños propios. Para aportar al cambio, buscar otras satisfacciones diferentes al dinero o la fama personal, contribuir a la innovación y hacer parte de una revolución que puede cambiar la vida de muchos y sólo puede ser posible con educación.