Colombia vive tiempos turbulentos. Las manifestaciones y protestas ciudadanas de las últimas dos semanas en el país ponen en evidencia un cúmulo de inconformidades que han sido latentes durante muchos años y que se reactivan esta vez por cuenta de una propuesta de reforma tributaria que fue percibida desde un comienzo por la mayoría de colombianos como injusta e inoportuna. Sería un error desconocer las circunstancias que producen el legítimo descontento social, tanto las históricas como las agravadas por la pandemia: a pesar de tener un crecimiento económico sostenido, seguimos siendo el país más desigual de América Latina; el 42,5 % de los colombianos viven con menos de $331.668 al mes, es decir, que más de 21 millones de personas se encuentran en situación de pobreza monetaria, y de ellos, alrededor de 7,5 millones viven en pobreza monetaria extrema; 3,4 millones de colombianos se encuentran desempleados, y el 49 % de la población ocupada de las principales ciudades del país, es informal.
Datos como estos reflejan un drama social que hoy se expresa en las calles de Colombia. Sin embargo, a diferencia de muchos que alientan el odio y ven en la violencia el mejor camino para alcanzar sus fines, para mí existen otros que son mucho más inteligentes, efectivos y razonables.
Lo primero que propongo es parar la violencia YA. Todos los que tengamos un tipo de liderazgo en lo público, en lo privado, en el arte, en el deporte, en las redes sociales y en las organizaciones ciudadanas, debemos unirnos y sin distingo político pedir que cese ya la violencia que está generando la muerte de personas inocentes y está abriendo otro ciclo más de confrontación que lo único que hace es causarnos más daño como sociedad. Igualmente, es primordial levantar los bloqueos en las vías del país que hoy tienen aisladas importantes regiones como el Valle del Cauca y Eje Cafetero, a los agricultores en la ruina por no poder comercializar sus productos, a los transportadores a punto de la quiebra y a todos los colombianos en peligro de que los alimentos no lleguen a sus hogares por el aumento de los precios y el desabastecimiento de víveres en las ciudades.
Lo segundo es atender al llamado que ha hecho el gobierno nacional para encontrar soluciones prontas al momento que vivimos, acudiendo al diálogo ciudadano, a la cooperación y a la unidad en torno a los cambios fundamentales que exigen los colombianos.
Lo tercero es construir un acuerdo nacional que sea respetuoso de la institucionalidad democrática, que convoque a las regiones e incluya a las juventudes, a las mujeres, a los campesinos, a los empresarios, a los distintos sectores políticos y comunidades organizadas. Aquí es de vital importancia la participación y el compromiso de todos los mandatarios locales para que cada territorio del país se vea representado en un ejercicio que deberá blindarse de cualquier tipo de oportunismo, populismo y apelación irresponsable a la violencia.
Ante los tiempos críticos, o nos estancamos en una espiral de violencia y muertes injustificadas, o hacemos una pausa para reconocernos como colombianos, reflexionar sobre los intereses que nos identifican y construir acuerdos que alivien la angustia de tantas familias.
Hoy más que nunca necesitamos un justo equilibrio entre el consenso social, la autoridad y la generación de oportunidades, siempre en el marco de la democracia y el respeto por los derechos humanos. Promovamos un acuerdo urgente que nos permita avanzar hacia las transformaciones que necesitamos, pero descartando la muerte y la destrucción de una Colombia que necesita hoy más que nunca de liderazgos serenos, unidad y esperanza para construir un presente y un futuro mejor para todos