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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

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Parques: el atroz desperdicio

Por arturo Guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Los árboles esperándonos afuera y nosotros enterrados en vida bajo techo. ¿Habrá incongruencia más cretina? Los campesinos, en cambio, llevan cuatro meses sembrando, cosechando, respirando tierra, y se han librado del coronavirus. Alimentan con eficiencia y limpieza a los urbanos, que se estremecen como si fueran gatos encostalados.

Los agricultores tienen dos escudos: la naturaleza y el movimiento físico. Entre el verde y el sudor se hacen inmunes a la pandemia. Los habitantes de ciudad, en contraste, achicharran su cerebro y debilitan las piernas. Le dan acogida al virus, que los asalta en estado de debilidad y cobardía.

Aquí volvemos a la paradoja. Los parques y montañas cercanas son la naturaleza incrustada en el cemento de las urbes. Gracias a ellos no respiramos polvareda sino oxígeno. Sobre el pasto, sobreviviente a los pavimentadores de parques, nos tendemos para comprobar el hormigueo de insectos que no son el virus.

Los árboles de ciudad acunan pájaros y reparten sombra. A las cinco de la tarde, algunos lanzan perfumes que convidan a detenerse para almacenar alegría gratuita. Las montañas circundantes entreabren un mundo extraño. Subir hasta donde aguante el respiro y bajar hasta cuando las rodillas apremien, es una terapia regalada contra los sofocos del asfalto. Hasta ese mundo extraño no se atreve la pandemia.

Pues bien, las medidas de bioseguridad les han dado la espalda a estos retazos del cosmos, todavía vigentes en medio del progreso. Cada vez que ordenan cada una de las ochocientas setentaidós cuarentenas estrictas, los burócratas son perentorios: queda prohibido el ejercicio al aire libre.

Caramba, cuando precisamente en ese aire libertino en medio del follaje no hay modo de que prenda el contagio. Cuando el ejercicio y el sudor son la descarga ideal de las tribulaciones que nublan el cerebro. Y luego se quejan de las fiestas clandestinas con adolescentes en atenazadora urgencia hormonal, del impacto emocional de los médicos forrados de astronautas, del sueño atormentado de la población, de la trepada de los suicidios.

¿En qué andará el ministerio del Deporte, aparte de intrigar en la división de las mafias del futbol? El deporte debería ser el promotor de la salud corporal y mental de esta humanidad apestada, agobiada y doliente.

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