¿Les está pasando también a ustedes, que terminan trabajando mucho más desde la casa que cuando iban todos los días a la oficina? Es lo que estamos observando con varios amigos. Se nos han ampliado las jornadas de trabajo y se nos acortaron los fines de semana. ¿No es paradójico que trabajemos más ahora que estamos en nuestras casas que antes, cuando teníamos que ir a la oficina o atender a varias reuniones en distintos puntos de la ciudad? ¿Por qué será?
Claro, por un lado estamos atravesando un momento inédito. El teletrabajo para la gran mayoría es una realidad nueva y estamos en plena fase de experimentación. Por otro lado, reconozco en muchos de mis interlocutores un gran sentido de responsabilidad. Hay un deseo generoso de ayudar a los demás en un momento de grandes dificultades. Sienten el deber de acompañar a colegas y coequiperos. Otros, ven en esta pandemia una oportunidad para repensar su negocio. El resultado son muchas horas de trabajo en teleconferencia. Una amiga sicoterapeuta, por ejemplo, aumentó las disponibilidad de sesiones en su agenda. Como a muchos de mis amigos, sin embargo, le queda más fácil cuidar a los demás, que a sí misma. Me pregunto: ¿Cuántos días o cuántas semanas faltan antes que termine agotada?
Aunque lo hacemos de manera inconsciente, tenemos miedo a pausar. Vivimos bajo el condicionamiento de que si queremos servir a los demás, tenemos que trabajar hasta agotar todas nuestras energías. Es como si tuviéramos que sacrificar nuestro bienestar para asegurar el bienestar de los demás. Nos encanta ser mártires. Se trata de un mito peligroso y corrosivo. Pero no puede haber compasión por los demás si al mismo tiempo no tenemos también compasión por nosotros mismos.
Había una vez un anciano maestro sentado al borde de una foresta con sus estudiantes, sin hacer nada. Un cazador que pasaba por allí se quedó maravillado al ver que el maestro y sus alumnos estaban totalmente quietos. El maestro ordenó al cazador levantar su arco y lanzar una flecha. El cazador obedeció. De repente, el maestro le ordenó coger otra flecha, estirar el arco, y lanzarla a lo lejos. Otra vez el cazador obedeció y el maestro le dio el mismo comando varias veces hasta que le preguntó al cazador, “¿Qué pasa si sigues levantando el arco a este ritmo?”. “El arco termina quebrándose,” le respondió el cazador. “Exactamente”, dijo el maestro. “Lo mismo vale para todos nosotros. Nosotros también nos quebramos si nos esforzamos excesivamente. A veces, lo correcto es tomar un descanso y cesar toda actividad”.
No debemos tenerle miedo al pausar. Es parte del ritmo natural de la vida. Decía San Agustín, “La gente viaja para maravillarse con la altura de las montañas, con las grandes olas del mar, en el largo curso de los ríos, en el compás extenso del océano, en el movimiento circular de las estrellas, y se pasan desapercibidos de sí mismos, sin darse cuenta”. Tenemos que pausar y cerrar los ojos, como decía Paul Gauguin, para poder ver. Pregúntate, ¿por qué es tan difícil para ti pausar? ¿Qué sacrificas si no tomas una pausa?.