Por ana cristina restrepo j.
Martha Sepúlveda, paciente con esclerosis lateral amiotrófica, no murió el 10 de octubre como ella lo había decidido, como originalmente lo había avalado el Instituto Colombiano del Dolor. La posibilidad de eutanasia en pacientes no terminales, como ella, había sido comunicada por la Corte Constitucional desde el 22 de julio.
Este caso me toca muy hondo porque, primero, revive la voz de Carlos Gaviria Díaz; segundo, porque se cumple el primer año desde que mi amigo adorado Álvaro Mejía optó por someterse a la eutanasia y, tercero, porque yo —muchas de nosotras— podría ser esa mujer a quien hoy todos le indican qué hacer con su vida.
Pronto cumpliré la edad de Martha. Vivimos en la misma ciudad. Somos mamás. Nos criaron en el catolicismo. Ella está convencida de que “Dios es el dueño de la vida”, yo ya descreo de su existencia. A ambas nos (de)formaron bajo el temor al pecado.
Los pecados de Martha son siete, pero no son capitales, sino de espíritu parroquial: (1) ser mujer; (2) ser madre, su “destino” es dar vida; (3) vivir en una ciudad empeñada en mostrarse primermundista para esconder su carácter pacato; (4) “exhibirse” ante una cámara bebiendo cerveza a pico de botella: ¡celebrar la alegría de decidir con libertad!; (5) atreverse a interpretar libremente la doctrina católica; (6) expresar su voluntad en televisión, horario estelar, y (7) negarse a aceptar el dolor como “purificación del alma”.
Ni “mansa” ni “callada”. Un poema de Alfonsina Storni dibuja el absurdo que vive Martha Sepúlveda: “Tú me quieres nívea,/ tú me quieres blanca”.
Decidir con libertad sobre la vida (la que se vive, la que se gesta) es un deseo que atraviesa generaciones. Cuando esta mujer le preguntó a su madre sobre la eutanasia, ella respondió: “Yo no lo haría”. Y respetó la voluntad de su hija. En este ejercicio de entrar en la piel de Martha, evoco a mi mamá, católica, cuando le consulté por mi decisión de abortar: “Haz lo que tú consideres mejor”. El dolor de su respuesta reflejaba su comprensión del dolor de mi pregunta.
Conversar abiertamente sobre la vida y la muerte no busca ni “permiso” ni “bendición”, solo compañía. Amor.
El parroquialismo no es una condición geográfica, “de provincia”, sino una óptica: parroquial desde la capital es la manguala hipócrita de Iván Duque (que calla reiterativamente ante iniciativas de muerte por piedad, en el Congreso), las iglesias (¡como si una sola no bastara!) y las autoridades nacionales de salud (Ministerio y Supersalud).
El 25 de octubre de 1938, Alfonsina Storni, martirizada por un cáncer, caminó hacia la playa La Perla. Antes de entregarle su vida al oleaje del Mar del Plata, escribió una despedida: “[...] Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame./ Ponme una lámpara a la cabecera;/ una constelación; la que te guste;/ todas son buenas; bájala un poquito.// Déjame sola: oyes romper los brotes.../ te acuna un pie celeste desde arriba/ y un pájaro te traza unos compases// para que olvides... Gracias... Ah, un encargo:/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido”.
¿”Se va Martha con su soledad”...?
La Corte Constitucional y muchos ciudadanos y ciudadanas estamos con ella. Por el derecho a vivir y a morir voluntaria, dignamente.
* Juan David Laverde,
de Caracol TV, hizo lo que corresponde al periodismo: narrar la humanidad