Duele ver cómo se desarrolla la crisis de Colombia cuando se está lejos. Escribo desde Chile donde hace un año y medio vivimos algo similar con el llamado estallido social. Hacen parte de las conversaciones entre chilenos el compartir qué estaban haciendo el 18 de octubre de 2019, día en que se hicieron mucho más visibles las protestas que por varios días se desarrollaban en Santiago y cuyo detonante fue el alza de las tarifas del Metro.
Este país, que había sido considerado días antes como un “oasis” en la región, según su presidente Sebastián Piñera, pasó a ser el epicentro de protestas, barricadas, quema de buses de transporte público, destrucción de decenas de estaciones del Metro, saqueos a tiendas y farmacias entre otros. Un mes después en Colombia se vivía una situación similar.
Hoy, un año y medio más tarde y al ver las consecuencias del estallido social en Chile sumados a la pandemia mundial me pregunto. ¿Es Chile un país mejor que hace dos años? La respuesta es: no. La tasa de desempleo ascendió a un 10,3 % mientras que en 2019 era del 7 %. Fueron muchas las personas, especialmente dueños y empleados de Pymes, que perdieron su trabajo tras las fuertes protestas, y la situación de pandemia les dio a muchos su estocada final. Es vedad que se logró la propuesta de un cambio de constitución (que por cierto, las elecciones de los constituyentes es este fin de semana) pero los brotes de violencia continúan y han desestabilizado mucho la seguridad y economía de este país.
Colombia se veía, hasta hace poco, creciendo satisfactoriamente, pero la emergencia sanitaria lo ha hecho retroceder y subir los índices de desempleo a un 14,2 %. Es verdad que resultaba ambicioso en este momento crítico para tantos colombianos la idea de implementar una reforma tributaria que tocaría el bolsillo de tantas personas de clase media pero también es cierto, como tituló este diario en su portada hace algunos días, que la violencia no es el camino para manifestarse contra este proyecto. De hecho, el Presidente se retractó, el ministro de Hacienda renunció y el espiral de violencia continúa.
Las aglomeraciones en las marchas está propagando el contagio del covid-19 en un país en el que, en tantos lugares escasean las camas en las UCI porque los hospitales están colapsados. Los bloqueos en las varias vías del país están desabasteciendo varias ciudades y, haciendo que se pierdan toneladas de alimentos, perjudicando a miles de agricultores y distribuidores y paradójicamente, aumentando los precios de varios insumos por la escasez de los mismos. Duele mucho ver el caos en el que Cali, “la sucursal del cielo” está sumida hoy.
La manera de protestar y de hacerse escuchar como Nación no puede ser destruyendo. Como país necesitamos dialogar en lugar de manifestar un odio contagioso e incendiario en el que, quienes pierden, irónicamente son los más necesitados.