Por Aurora Rada Mejía
En mi familia como en tantas otras hay incertidumbre por las celebraciones navideñas, por la perspectiva de un diciembre sin encuentros, sin fiestas y sin novenas. Mis hermanas dicen que por una pantalla no es lo mismo, que el tutaina tuturumá suena horrible y que la natilla y los buñuelos sin los sobrinos haciendo bulla y haciendo guerra de pelotas con los empaques de los regalos no saben igual. Para regalos no es que haya mucha plata para comprar y este año las madres sí que debemos estar alertas para que el derroche en aguardiente y voladores no se funda los pocos recursos que hay. Pero lo principal es llamar al orden a hijos, nietos y todo el que se pueda para que no anden por ahí como locos pensando que el coronavirus ya se fue o que se quita tomando trago. Hay costumbres muy arraigadas pero deberíamos saber que las cosas han cambiado y que tampoco es que nos vayamos a quedar así para toda la vida. A las sobrinas que están desesperadas por no poder darle rienda suelta al bailoteo y a los muchachos que están que se saltan por el balcón pegados del volador y de los totes, un llamadito a la calma y que no desaprovechen el tiempo y que se pongan a leer y estudiar que de pronto va y les gusta.