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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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Pequeñas historias 12

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Como suelo hacerlo en las vacaciones, comparto un par de historia que surgen Desde el cuarto:

17 pasitos

Hay personas que solo salen de casa cuando tú las ves desde la ventana. Puede ser a horas distintas, sin preámbulo. No es que mires el reloj y digas: a esta hora la vecina se monta en un taxi o el joven que limpia el edificio está desde las seis haciendo montoncitos de hojas, nada que ver con el quehacer de un fisgón experto. A veces he llegado a pensar que ellos aparecen gracias a mi mirada, y en parte esta obviedad tiene mucho sentido, si yo no observara, nada de lo que tengo alrededor existiría, ni siquiera ese gato bonito del tercer piso que me hizo dudar muchas veces si era de verdad o de mentira. Cuando yo miro, después del desayuno, casi siempre está el señor de unos 78 años que, por estos tiempos raros y represivos, da 17 pasitos como los presos en su cuadrícula reducida. Va y vuelve con una lentitud que conmueve en el umbral del edificio.

Los pájaros de mi cuadra

Los pájaros de mi cuadra se despiertan a las 4:55 a.m. Apenas el primero bosteza, los demás se animan y reclaman algo, afinan el piquito, humedecen la garganta con gárgaras de leche caliente o sorbitos de café y, lentamente, se van uniendo como los instrumentos de una orquesta cuando los músicos empiezan a afinar. Los murciélagos hacen sus últimos vuelos alrededor del árbol como si anunciaran la apertura del telón, ellos son los encargados de pedir boletos en esta concha acústica que es mi cuadra, y en el ir y venir se tragan los insectos que aún no toman asiento. No hay carros seguidos que interrumpan.

Los primeros minutos, los pájaros hacen literalmente lo que les da la gana. Alguno está frente al espejo terminando de pulir su plumaje mientras practica un Do sostenido. Otro escucha noticias: ningún gato tuvo suerte la noche anterior y lo manifiesta con un Laaaa que desentona apenas pasa una moto que nunca ha sabido qué es la discreción. Y así todos van llegando a una intensidad de sonido que a mí me sirve como alarma cuando no tengo nada pendiente, mucho más de madrugada. Los pájaros de mi cuadra afinan hasta que sale el primer rayo de sol, a esa hora, juntos, son una orquesta maravillosa de desorden que dejan todo dispuesto para que la vida de los humanos siga viviendo, así muchos no se den cuenta de eso. Si un día los pájaros no cantaran, sería el día más triste de todos. No sé si tendría sentido volver a despertar

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