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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

Piernas y patinetas

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

El más reciente invento de los sabios de Menfis es la patineta eléctrica. La esencia de este zancudo urbano es la amputación de las piernas. No tiene dueño, se posa en cualquier esquina, se maneja a golpe de aplicación de celular, se usa y se tira.

La congestión del tráfico tiene que ver con que los citadinos no caminan. Y los citadinos no caminan porque luego del automóvil, la moto y la bici, ha llegado silencioso este suplente metafísico de las extremidades inferiores.

Son las mínimas ruedas sobre las que se desplaza el bípedo sin plumas. Irrumpieron para eliminar el último tramo de los desplazamientos, el que va del taxi atascado al centro comercial. El ser humano no quiere moverse ni siquiera unos metros.

Los viejos patines, las tablas de los skaters, las patinetas de antes, exigían músculos diestros, esqueletos como varillas. Las patinetas de hoy son silbidos, módulos deslizantes sobre la piel de la luna. Piden solamente equilibrio. Y el equilibrio es más del cerebro que de la carnita y los huesitos.

Pasa por el andén el patinetero –todavía no se ha inventado el término- y su figura es un dibujo estático que ondula a veinte kilómetros por hora, un suspiro inverosímil en medio del tráfago del día. Si es de noche, luces amarillas y verdes indican que ahí va una hipótesis.

Este sustituto del esfuerzo es quizás el golpe definitivo a la facultad de caminar. O mejor, de callejear. Suena mejor en francés: flâner, que significa pasearse sin objeto. Es evidente que las colmenas de concreto obligan a ir siempre de afán. No se puede llegar tarde al trabajo, cuidado falla usted a la hora de una cita, las puertas se cierran cuando dice el programa.

De modo que vagabundear sin propósito en la ciudad es propio de vagos, como lo denuncia la palabra. Pero quien haga bien las cuentas comprobará que muchas veces viaja más rápido a pie que en cualquier aparato motorizado. Más aún, se llega en los minutos exactos que solamente el caminante calcula. Se burlan tacos o trancones, se esquiva el estrés de esperar el vehículo que no pasa o que va atestado.

En estos casos caminar es flâner. Es ensayar rutas inexploradas, capturar arquitecturas audaces, escapar de la contaminación gris, dorarse de sol o protegerse bajo los aleros dependiendo de la temperatura de la ciudad y de la hora. Así la caminata se convierte en contemplación, en modo de trasladarse con fantasía.

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