En esta novela los animales son más humanos que los hombres. Mula, perro, lechuza tienen alma, reflexionan, adivinan acechanzas, anuncian calamidades, protegen a los niños. En contraste, los hombres conspiran, violan, ordenan llamar al pelotón de fusilamiento, crean basiliscos que matan con la vista.
Su narrativa es apegada a la realidad. Por un lado, corresponde a hechos rigurosos, contados al día por la prensa y estudiados por especialistas. Por otro, recoge la vida de la gente tal y como sucedió en la mente de esta gente: diablos, brujas, abismos, el corazón en un mundo sin corazón.
En la primera dimensión, la histórica, los acontecimientos pesan, se dejan medir, huelen a pólvora. En la segunda, la de ficción, los lances perturban el ánimo del lector porque resultan más entrañables, más al alcance de cualquiera, más punzantes.
En “Mi pequeña Eulalia”, de la editorial argentina Arte y parte, Aída Yepes detalla el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, mil veces contado, y los cinco años siguientes que culminaron con la presidencia de Rojas Pinilla. En paralelo refiere la gracia y desgracia de una familia de Frontino, Noroeste antioqueño, mil veces parecida a otras que fueron trizadas por la violencia de cuando comenzó la violencia.
Página y media de conservadores y liberales; página y media de abuelos, padres, hermanos de Eulalia, una adolescente de familias hacendadas a la que “concibieron estratégicamente y parieron en medio de un combate”. La sucesión de eventos es eléctrica. Matanzas, arriería y política son espejo de huida entre trochas, sevicia diabólica y creencias religiosas.
En medio de esta vorágine, Eulalia se extenúa en escondrijos campesinos resguardando intacta una fibra de mujer adelantada a su época. Su enemigo es sobrenatural, igual que el temple de ella. Las páginas prenden al lector por la solapa y lo hacen sentir como los arrieros: “Ya están en la recta final; se divisa el municipio de Peque entre un agrupamiento de montañas horrorosamente estáticas... El camino se ha vuelto una trocha con el aspecto de una escalera arqueada y enganchada en el abismo. Para treparlo, hay que inclinarse al extremo y agarrarse de pies y manos, como si fueran raíces”.
Aída Yepes nació en Caicedonia, Valle, pueblo avivado de cultura. Hará en este abril la presentación de esta, su segunda novela