¿Soy yo o hay días en los que uno quisiera no ver, no oír, no sentir, no hablar, no estar, casi que morirse para no tener que cargar tanto peso entre pecho y espalda? Llámese rabia, angustia, miedo, impotencia, frustración, dolor, tristeza, resentimiento o incertidumbre, a veces amanecemos con el mundo cerrado, como si el día fuera ajeno.
Y creo que en uno de esos estaba Antoine de Saint-Exupéry cuando escribió “El arte de los pequeños pasos”, una bella oración en la que pide, más allá de visiones y milagros, “la fuerza para la vida diaria”. Es que no crean, de tanto en tanto la vida se pone en cuadritos y “uno no sabe si correr o llamar gente”, como decían las abuelas.
A mí me pasa con cierta frecuencia, para ser honesta. Y no solo por situaciones de mi propio resorte, sino por otras que no están bajo mi control, para empeorar la situación. “Que paren el mundo que me quiero bajar”, “qué ganas de amasarlo y volverlo a hacer”, “respire profundo y cuente hasta diez mil” o “me provoca matar y comer del muerto” son estados tormentosos que nos dejan sin aire, sin risa, sin ganas de nada y sin nada por dentro.
“Guárdame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para crecer y madurar”.
En momentos como este, especialmente crispado por los movimientos de la política, cualquier notificación del celular nos altera los nervios y nos daña el genio. Se nos va la vida defendiendo o atacando a personas, más que a sus propuestas.
“Envíame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor. Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras”.
Tan importante la bondad y a veces tan escasa en este mundo, porque, como dice mi maestro Andrés Aguirre: “Nos hemos dejado convencer de que sobrevive el más fuerte, no hay espacio sino para el mejor, lo cual nos lleva erróneamente a tratar de deshacernos de los demás; vivimos en un ambiente competitivo que disocia, violenta, separa, desune, daña y rebaja la condición humana. Más sencillo se expresa en la necesidad de dar y la necesidad de recibir”.
“No me des lo que yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego. ¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!”. Amén.
¿Muy fácil de leer, muy difícil de practicar? Es posible. Pero en medio de tanta confusión, muchas veces es necesario ponerle pausa al ruido, oírnos por dentro, tomar aire y sentarnos a esperar el alma. Ahí se las dejo. Cada quien tome lo que a bien tenga o deje en la mesa lo que no le apetezca .