Han sido dos fines de semana salvajes en Twitter. Así los califican los periodistas encargados de cubrir la Casa Blanca y la campaña presidencial en Estados Unidos. El protagonista ha sido el presidente Donald Trump. Sus mensajes llenos de odio contra sus rivales políticos acabaron por desencadenar un enfrentamiento sin precedentes entre el mandatario y Twitter, la red social que ha sido su instrumento preferido para divulgar decisiones de su gobierno, enlodar a sus enemigos y manejar su electorado.
“Si pudiera, estaría encantado de cerrar Twitter”, dijo Trump durante una rueda de prensa, en la misma semana en que su país superaba los 100.000 muertos por coronavirus ―casi el doble de los soldados fallecidos en la Guerra de Vietnam― y la cifra de desempleados por causa de la pandemia llegaba a 40 millones.
La tormenta se veía venir desde que Trump empezó a difundir mensajes acusando de asesinato a Joe Scarborough, presentador de la cadena de televisión MSNBC, desempolvando una vieja teoría conspirativa que la justicia ya aclaró. El domingo, el martes y nuevamente el miércoles, repitió sus acusaciones.
Luego, publicó un nuevo tuit en el que afirmó, sin pruebas, que las papeletas de votación por correo promovidas por los gobernadores demócratas iban a producir “la elección electoral amañada más grande de la historia”. Twitter publicó el mensaje pero les agregó una advertencia a los lectores sobre la conveniencia de verificar los datos. Esto implica que otros usuarios no pueden marcar me gusta, ni responder a la publicación, ni reenviarla.
Desde 2019, Twitter había adoptado esta política con las figuras públicas importantes que incumplían sus reglas, pero nunca la había utilizado contra Trump. Un tuit de esta clase enviado por cualquier otro usuario habría podido ser eliminado, y la cuenta suspendida. Pero hasta ahora Twitter se había resistido a tratar a Trump como a cualquier otro usuario y hacer que cumpliera las reglas. Incluso difundió sus mensajes equívocos recomendando, contra las evidencias científicas, el uso de la hidroxicloroquina para combatir el coronavirus.
La racha de tuits airados continuó. Trump acusó a la Administración del expresidente Obama de haber “espiado, de una manera sin precedentes” su campaña e incluso el Senado de los Estados Unidos. Luego reenvió un video que decía: “El único buen demócrata es un demócrata muerto”.
Después, en otra andanada de mensajes, amenazó con sofocar a punta de balazos las protestas contra la brutalidad policial en Minneapolis tras la muerte de un afroestadounidense que falleció mientras estaba bajo custodia policial. Un video grabado por testigos muestra a un agente que, con una rodilla sobre su cuello, descarga sobre él todo el peso de su cuerpo hasta que el hombre muere asfixiado.
Trump llamó “delincuentes” a los manifestantes y amenazó con enviar la Guardia Nacional. “Cuando comienzan los saqueos, comienzan los disparos”, dijo.
Twitter se negó a publicar uno de esos mensajes. “Este tuit viola nuestras políticas con respecto a la glorificación de la violencia” y con su difusión “se corre el riesgo de que pueda inspirar acciones similares”, dijo el director ejecutivo de la compañía, Jack Dorsey.
El hecho ocurrió horas después de que Trump firmara una orden ejecutiva que busca eliminar algunas de las protecciones legales otorgadas a las redes sociales que las eximen de ser legalmente responsables del contenido que publican sus usuarios. Ahora la gente se ha olvidado de la tragedia del coronavirus y está pendiente de las peleas de Trump con Twitter, China y la Organización Mundial de la Salud, de la cual retiró a EE.UU. Logró lo que buscaba con su furia.
La revista The New Yorker dice que las palabras usadas por Trump son “inconcebibles para un presidente estadounidense, y aun así, Trump lo hace y las dice de todos modos”. La revista lo llama “El presidente más mentiroso y embaucador de la historia de EE. UU.”. Creo que están en lo cierto.