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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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Practicar la vida

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Yo leí a Andrea Camilleri por recomendación de un amigo que es un enamorado de Montalbano, ese comisario que debutó y se hizo famoso desde que apareció en 1994 “La forma del agua”, el primero de casi 30 libros que, vaya misterio de la novela negra, justo a un año de la muerte de Camilleri, cierra sus aventuras con “Riccardino”, recién publicado en Italia pero escrita hace más de 15 años para no correr el riesgo de otros escritores del género, como Manuel Vásquez Montalbán, quien murió antes de poder darle fin al detective de sus novelas, Pepe Carvalho. Aquí tendríamos mucha tela para cortar, pero dejemos ahí, luego le dedicamos un par de columnas a la novela negra.

De Camilleri podríamos decir muchas cosas, vivió 93 años y escribió casi cien libros. Hagan cuentas. Para mí que se murió con una historia en la boca, los años nos dirán cómo seguir recordando al “dottore”, al gran escritor que tenía claro que con el italiano se expresa el concepto de algo determinado, mientras que con el siciliano se expresa el sentimiento. Justo cuando estaba a punto de cumplir sus 92 años, ciego en el sentido literal y figurado. “En sentido literal, porque en los últimos años la vista me ha ido abandonando poco a poco. Ahora ya no puedo ni leer ni escribir, solo dictar. En sentido figurado, porque no consigo imaginarme cómo será el mundo dentro de veinte años, ese mundo en que te tocará vivir”, le dedicó una carta a su bisnieta de cuatro años que tituló “Háblame de ti. Carta a Matilda”.

Es un gesto muy bello pretender que alguien que apenas nos vio luego nos conozca, nos recuerde desde pequeños fragmentos de una larga vida. “En Italia se tiene la ambición de levantar catedrales, a mí, en cambio, me gusta construir iglesias rurales pequeñitas y sobrias. Y con eso me basta”, dice quien no dejó de ser un hombre de barrio y de familia, a pesar de vender millones de libros.

Camilleri dice cosas muy interesantes y vigentes que Matilda ya tendrá el momento de comprender, pero en este velo que se corre, en esta intimidad compartida, uno puede quedarse con acciones que ayudarían a construir un mundo mejor. Para él, por ejemplo, en relación con el tema migratorio en Europa, el “enemigo está adentro”, los que llegan no son el problema, al contrario, son la solución a muchas cosas. Y vaya que los italianos saben lo que es ser emigrante.

En este libro corto pasan cosas preciosas: el valor que tiene la libertad de pensamiento, lo innecesario que resulta juzgar al otro, la importancia de la verdad y de vivir la vida, que, como dice Camilleri: “se aprende con la práctica”

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