Por Cristian Espinal Maya
Universidad de Medellín
Facultad de Economía, 6° semestre.
cristianjosue07@gmail.com
En Chile, tras un aumento de US$1,13 a 1,17 en las tarifas del metro, los manifestantes se apropiaron de las calles: han destruido estaciones de la empresa de transportes e incinerado tiendas, un edificio de la empresa de energía ENEL y un vagón del Metro. Pasarán varios meses para que el servicio se normalice.
En Ecuador la subida en la tarifa de la gasolina de US$0,50 desembocó en 12 días de protestas, con pérdidas para el sector productivo de US$120 millones de diarios y cerca de 48,37 millones en reparación por los daños causados a la empresa petrolera del país, Petroamazonas.
En Francia, las protestas encabezadas por los chalecos amarillos, tras un aumento en los precios de los combustibles, dejaron estragos en París, 190 incendios y vandalizaciones que le costaron más de 200 millones de dólares a las aseguradoras.
Las manifestaciones en París, Quito y Santiago de Chile tienen un factor común: fueron provocadas por decisiones de política económica, lo que daba espacio a que las medidas fueran discutidas tras las protestas. Desafortunadamente se han visto privadas de todo sentido tras los ánimos de vandalización y desorden público.
El resurgimiento de la violencia tumultuaria es un retroceso para los mecanismos de protesta. Las mque le cierran el camino a la vandalización y no destruyen los bienes públicos ni generan afectaciones a la propiedad privada son mucho más poderosas. Por eso las manifestaciones no se pueden convertir en un anzuelo para que los radicales conviertan las urbes en campos de batalla. Los inadaptados han olvidado algo: la democracia no se construye en llamas.
Por otro lado, sorprende como algunos líderes políticos, en busca de capitalizar el más mínimo grano de arena que se mueva a su faz y unos cuantos fracasomanos, izando la bandera de la indignación, hacen apología al desorden social, maquillando como un éxito de la ciudadanía el caos y contribuyendo a la normalización de desmanes y la violencia, que paraliza ciudades completas.
Resaltemos el papel de los manifestantes que, de manera pacífica y organizada, han hecho función de sus derechos constitucionales realizando exigencias propias para la deliberación en un Estado de Derecho, pero rechacemos con la mayor vehemencia a los barbaros que creen que el camino es la vandalización y no la deliberación.
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