Por Juan Eduardo Manrique Ayala
Casi todos los grupos políticos —y de primero en la fila de arrodillados, el vergonzoso conservatismo clientelista— están a la espera de las migajas burocráticas que el presidente electo y su Pacto Histórico tengan a bien tirarles. Y han creado un artificial clima de unanimismo que, cuando la realidad lo rompa y la soberbia del poder petrista lo vuele en pedazos, va a generar golpes de pecho y lamentos ya tardíos.
Pero, paradójicamente, quien está haciendo todo lo que quede en sus manos para que la gente espere a Petro y a los suyos como a los mesías salvadores es el gobierno de Iván Duque, desatado en sus desvergüenzas burocráticas, escándalos de corrupción de aliados y amiguetes políticos, y en el impúdico reparto de beneficios para el círculo presidencial.
Al igual que a su mentor Álvaro Uribe, a Iván Duque el discurso anticorrupción y “antimermelada” le duró muy poco. Y para más inri, no solo fue que hubiera aflojado las tuercas, sino que les abrió las compuertas a los congresistas para que un Hidroituango de mermelada les inundara sus apetencias.
Los escándalos del senador Mario Castaño fueron patrocinados, según se escucha en las grabaciones presentadas por la Fiscalía, en ministerios y entidades de este gobierno. Lo que algunos medios han revelado sobre componendas en Planeación Nacional para el robo descarado de recursos de los planes para proyectos de paz es asqueante.
Qué mal termina Iván Duque su gobierno, con la politiquería desbordada, el clientelismo, la burocratización, el derroche de recursos públicos. Quienes llegamos a defenderlo durante algún tiempo nos horrorizamos con todo este oprobio al final de un lánguido mandato