Por Sara Alejandra Marín
Universidad de Antioquia
Comunicación - Periodismo, semestre 6
saralejandramarin@gmail.com
Que se escuche fuerte el sonido de las cacerolas, que el sonido retumbe en el oído de los violentos, de los represivos, que el sonido acompañe la indignación profunda que causa la muerte de uno de nosotros.
Que la indiferencia cese en un país donde se normaliza la violencia, donde los hechos violentos son justificados, donde salir a marchar para mostrar el descontento con el gobierno actual es un acto que no hace la gente de “bien”.
Dilan Cruz, un joven de 18 años que salió a marchar y fue herido a manos del Esmad, ha muerto y su muerte duele profundamente, porque nos recuerda que a pesar de que los buenos son más y son muchos los esfuerzos que hacen líderes sociales desde diferentes lugares en todo el territorio para construir una paz verdadera en el país, aún existen personas que no quieren dejar atrás el pasado violento que tanto daño ha causado.
¡Sin Violencia, sin violencia! era la frase que coreaban cientos en las movilizaciones sociales que se presentaron estos días. ¿Será una utopía vivir en un país sin violencia? Sea o no una utopía o un ideal, me niego rotundamente a pensar que lo es, aunque la realidad golpee fuertemente, aunque noticias como la muerte de Dilan nos llenen de dolor.
Son muchos los que se han visto sumidos en un país donde ocurren atrocidades, donde la muerte se vuelve parte del paisaje, donde la gente se acostumbra a usar la indiferencia como escudo para no sentir la violencia de la que han sido víctimas miles de colombianos.
Pero hoy se alza una voz poderosa que grita con valor desmedido “Nos quitaron tanto que nos arrebataron el miedo”, una voz del pueblo, de las personas que están cansadas de ver cómo en Colombia se aniquila la inocencia, cómo en Colombia tenemos que vivir bajo la penumbra de lo que no queremos ser: un país violento, esta voz no piensa dar un paso atrás.
No piensa callarse hasta ser escuchada, ni ceder ante los hechos violentos, esta voz demuestra resiliencia, una resistencia admirable, una fe que nunca puede abandonarnos, la esperanza viva que ansía que cese la horrible noche de una vez por todas, para poder avanzar, una voz que se pregunta constantemente, cuánto tendrá que esperar para ser escuchada por el presidente, una voz que se pregunta: ¿Hasta cuándo?.
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