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El llamado dilema de las redes sociales propone dos cuestiones tremendas, pensar en el fin del mundo o en el amanecer de un mundo nuevo. ¿Son sociales o antisociales? ¿Nos mejoran o nos empeoran como seres humanos? ¿Nos envuelven en una subcultura del irrespeto, el aborrecimiento, el insulto y la exclusión de los demás? ¿Son cañerías que dejan correr las aguas sucias de pasiones y pensamientos? ¿Ayudan a educar o deforman? Preguntas que brotan por el documental sobre El dilema de las redes sociales, de Netflix. Sobre eso conversamos en la tertulia del Coloquio de los Libros y en el programa sabatino por Radio Bolivariana. No nos ponemos de acuerdo, pero menos ahondamos en las discordancias.
La película sorprende por la actitud crítica de los que expresan sus conceptos, a veces como si hicieran confesión pública de las faltas en que incurrieron como responsables u operadores de plataformas como Facebook o Twiter. La manipulación publicitaria y propagandística de los pacientes usuarios, la anarquía que les facilita desdoblarse y convertirse en energúmenos a ciudadanos normales, el temor a ser linchado por las hordas de totalitarios y neoinquisidores que sólo creen en sus consignas políticas o religiosas, la ignorancia temeraria de muchísimos individuos que opinan sin conocer de lo que tratan, el error de calificar como periodistas y comunicadores a simples fuentes de información facultadas para mentir, engañar, ofender. Y la infodemia de las falsas noticias...
De todo eso y mucho más hablamos con los tertulianos, profesores, escritores, educadores. Nos reunimos en este tiempo de recorte de las libertades mediante una sala digital, incluso con más frecuencia de la rutinaria cuando no añorábamos el campus de la universidad y la biblioteca. Con lo dicho por Savater y su espíritu de lo razonable, la peor amenaza de las tales redes es la acogida al anonimato feroz. Cualquiera puede fingir otra identidad y cometer fechorías amparado en una cuenta falsa en Facebook, a menos que le caigan, ojalá, las unidades institucionales de delitos informáticos. Savater ejemplifica mediante el Mito de Giges, del pastor que se volvía invisible con un anillo mágico, mató al rey, sedujo a la reina y acumuló poder ilimitado.
¿Qué hacer? Prudencia, tacto, respeto. Es hora de superar el deslumbramiento, como lo superaron el lector de impresos, el oyente de radio, el televidente y hasta el cibernauta al aparecer cada invento. Resistir y no volverse adicto. Comportarse como en la vida familiar, social, profesional. Salvaguardar privacidad e intimidad. Emplear la sindéresis para discernir y no engañar ni engañarse. Abrir o cerrar la cuenta con criterio ético, razonable egoísmo y sentido de lo conveniente. Rehusar peleas inútiles con amigos afiebrados. Que las redes no nos enreden, por más mundo nuevo que anuncien.
