Las derechas latinoamericanas se tomaron una foto de familia. De frente a la cámara, alineadas con su cara adusta, dejaron una imagen para la posteridad. Sabemos ahora quién es quién. Qué gesto es verdadero y cuál es pose. Cuáles son sus valores y a qué aspiran. Las que se llaman derechas a secas y las que dicen ser moderadas. Las que se ocultan en el centro y aquellas que gritan orgullosas que son radicales.
El retrato se hizo el domingo 8 de enero de 2023. Ese día - ahora históricamente triste para nuestra vida como continente - las turbas bolsonaristas tomaron los edificios de las tres ramas del poder en Brasilia, auspiciadas por el ex presidente, algunos de sus antiguos funcionarios y fuerzas de seguridad fieles al ex militar. Intentaron un golpe de Estado y pedían ayuda para él, furiosas por la elección de Lula da Silva. Destrozaron el Palacio de Planalto, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal. Agitaron banderas de odio y transmitieron por streaming su delito. Pasada la euforia golpista, mil quinientos de ellos terminaron detenidos.
Fue allí cuando los políticos de la derecha continental enseñaron su rostro. Mostraron los pilares de su ideología y la maleabilidad de su moral. Lo más radicales, violentos también, justificaron el delito del bolsonarismo. Nadie esperaba menos de ellos. Los tibios, siempre incapaces de una declaración contundente, atenuaron la toma de Brasilia comparándola con las protestas sociales de Chile y de Colombia de los años anteriores. Una vergüenza. Saben todos los políticos de derecha y de izquierda - los de puño arriba y apoyo a las armas y los camaleónicos de risa mediocre y etiquetas de centro - que ese tipo de balanza no se sostiene. Que lo ocurrido contra la democracia en Brasil no tiene parangón con las marchas de Santiago o de Bogotá. No se equipara ni moral ni legalmente. Conocen bien la diferencia entre una cosa y la otra, pero la ocultan. Confunden a su audiencia y con ello son cómplices del golpe porque lo minimizan. Esperan en últimas que eso pase también cuando sean derrotados. Que cuando las urnas, y por consiguiente el pueblo, no los acompañe, se piense que la violencia es una opción. ¿Si pasó en Estados Unidos y en Brasil, por qué no podría pasar aquí?
En momentos de grietas inmensas entre políticos, resulta iluso pensar en muestras de grandeza de aquellos que nos representan o aspiran a representarnos. Que antes de que declaren sopesen las consecuencias de sus ideas para la estabilidad de una nación y de la democracia. Es de manual que en lo electoral se saca más rédito de la ira que de la calma. Pero tampoco se esperaba, frente a la toma de Brasilia, tamaña bajeza. El sofisma infantil de defender los desmanes propios porque el enemigo actúa igual. Pero así son. No hay mucho más. Así quedaron plasmados de frente en la foto despreciable: de cuerpo entero y vestidos con las pasiones más oscuras .