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Juan David Escobar Valencia
Columnista

Juan David Escobar Valencia

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¿Qué pecado cometimos para ser gobernados por “Santos”?

Por juan david escobar valencia

redaccion@elcolombiano.com.co

La religión católica, como otras, parte de la certeza atemporal que los humanos son imperfectos y además imperfectibles, pero al menos pueden mejorar. Por eso desde sus inicios ha existido la posibilidad de hacerlo, reconociendo los errores y cumpliendo una penitencia. El problema operativo ha sido establecer ¿quién establece el castigo? y sobre todo, ¿cuál es el castigo? El Nuevo Testamento sugiere especialmente: la oración, el ayuno y la limosna, pero como eso no quedó bien detallado, el proceso reglamentario ha sido tortuoso y en la instrumentalización ha existido una subjetividad que ha llevado incluso a excesos.

El canon medieval Paenitentiale Theodori, establecía tarifas penitenciales para los monjes de acuerdo a la gravedad de la falta como: ayuno de 10 años por homicidio o sodomía, 3 por fornicación si solo fuese una vez, pero si le quedó gustando el asunto, entonces 7. Pero no faltaron los que pensaron que el perdón era proporcional al castigo y por eso llegaron a extremos impensables de penitencias.

En el año 390 nació en Cilicia, en la actual Siria, Simeón, que luego de ser pastor de ovejas, ingresó muy joven a la vida monacal. Y no sé qué era lo que les hacía a las ovejas porque se obsesionó con las penitencias, y tal vez por eso le adjudican ser el inventor del “cilicio”, accesorio para infringir dolor físico al penitente por sus tentaciones. Luego de años de ayunos absurdos, decidió a los 32 cumplir su penitencia viviendo el resto de su vida, 37 años más, en una pequeña plataforma en la parte alta de una columna de 15 metros de altura. ¿Será que San Simeón es el santo patrono e inspiración conceptual de los actuales arquitectos?

Sin ser experto en castigos, lo que parece lógico es una debida proporcionalidad entre penitencia y pecado, pero todo se desquicia especialmente en dos casos: cuando se te asigna una pena sin haber cometido falta alguna, y tal vez el peor de todo, cuando quienes comenten las faltas y lastiman a otros, su castigo es no tenerlo y por el contrario son premiados con impunidad y beneficios.

Pues si estos casos les parecen irreales, nuestra locura e inmoralidad está en una columna más alta que la de San Simeón El Estilita. El peor presidente de la historia colombiana, para ganarse una medallita en Oslo, empujó los límites de la dignidad y la ley del país, en el que no le interesa vivir, hasta el hábitat cotidiano para él, en donde la traición y la bajeza son el estándar y por lo tanto es lo mismo, o incluso mejor ser victimario que víctima.

La semana anterior, la “otrora” cabecilla del grupo terrorista que lleva más de 50 años matando, secuestrando, torturando y violando niños, se posesionó como vicepresidenta del Senado. Visto así, sí cometimos un terrible pecado. Permitir que los malditos, traidores y supuestos “tibios” gobiernen, sean congresistas y jueces .

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